Lectura: Lucas 10:21-24
Al ver a sus discípulos anunciar el Reino de los Cielos Jesús se regocija.
Se regocija porque El Reino está disponible para todos… Para los humildes, los sencillos, los desplazados, los despreciados… que se saben de esa condición.
El Reino de Dios es para los que se animan a mirar a Jesús inocentemente, confiadamente, en dependencia y necesidad, sin malicia, como niños…
¿Qué impide que los fariseos reconozcan a Jesús como el Mesías de Dios?
Su orgullo les impide ser niños. El Reino de Dios no puede ser como Jesús dice. ¿Cómo el Mesías va a violar el sábado por ayudar a un enfermo?
¿Cómo pueden llegar a ser los publicanos y las prostitutas parte de ese Reino?
¡No! ¡Blasfemia! ¿Cómo este carpintero de Galilea osa trastocar lo establecido?
Ellos conocen mucho acerca de Dios, pero no a Dios mismo. Por eso no pueden ver lo que está delante de sus ojos.
Lo que impide que podamos entrar al Reino de Dios es pensar que podemos hacerlo por nuestros propios medios. Pero en este precioso Reino aquellos que se reconocen indignos de ser parte, son invitados a entrar, por el Rey en persona.
En su orgullo, los fariseos pretenden que el Reino de Dios siga sus leyes, no las del Rey.
Lo que impide que podamos entrar al Reino de Dios es pensar que podemos hacerlo por nuestros propios medios. Pero en este precioso Reino aquellos que se reconocen indignos de ser parte, son invitados a entrar, por el Rey en persona.
PARA PENSAR: ¡Qué siempre miremos al Señor despojados de religiosidad! ¡Qué nunca dejemos de maravillarnos de su misericordia! ¿Se regocija tu corazón al ver la maravilla de la misericordia del Señor?