Lectura: Lucas 13:1-5
En nuestra lectura de hoy vemos dos circunstancias que Jesús usa para ayudarnos a entender nuestra condición humana.
Algunos de los que estaban escuchándolo le cuentan acerca de unos galileos que han sido condenados a muerte por Pilato, y el Señor les recuerda otro episodio donde dieciocho personas murieron aplastados por la caída de una torre.
Los primeros habían muerto a causa de la maldad de Pilato. Muchos pensaban entonces que las enfermedades o muertes así eran el resultado directo de algún pecado. ¿Y qué de los hombres que habían tenido el accidente? ¿Qué pecado tenían ellos en su vida que los hiciera merecedores de esa muerte?
Y la frase de Jesús resuena dos veces: si ustedes no se arrepienten, van a morir de la misma manera que ellos.
La muerte de estas personas, tanto los ejecutados como los que tuvieron el accidente no era a causa de algún pecado particular. La verdad con la que nos confronta Jesús en este pasaje es que todos nosotros, si no nos arrepentimos y creemos en Él estamos muertos.
La verdad con la que nos confronta Jesús en este pasaje es que todos nosotros, si no nos arrepentimos y creemos en Él estamos muertos.
Muertos espiritualmente. Separados de Dios, condenados, perdidos totalmente. Ninguno de nosotros escapa a esa condición, como bien nos recuerda Pablo. Todos somos pecadores. Y también Pablo nos dice que el resultado del pecado es la muerte. No tenemos solución para eso. ¿O sí?
¿Qué nos dice Jesús? Que si nos arrepentimos, si nos volvemos a Él, nuestro destino puede ser distinto.
El único que tiene el poder de cambiar nuestro destino (la muerte) es Jesús. Esa es la maravilla del Evangelio, cuando vemos en la cruz y la resurrección de nuestro Señor la derrota del pecado y la muerte.
El único que tiene el poder de cambiar nuestro destino (la muerte) es Jesús. Esa es la maravilla del Evangelio, cuando vemos en la cruz y la resurrección de nuestro Señor la derrota del pecado y la muerte.
PARA PENSAR: ¡Qué esta sea nuestra confianza! Por Él vivimos, por Él hemos sido librados de la consecuencia de nuestra maldad. ¡Dios te bendiga!