Nuestro yo egoísta
He visto varias películas de catástrofes, sobre naufragios, grandes tormentas, terremotos, guerras, hambrunas y cosas así. Estas suelen ser situaciones (las verdaderas, no las de las películas) donde aflora la verdadera condición de nuestros corazones.En la película “Titanic”, por ejemplo, cuando llega el momento de que la gente comienza a subir a los botes salvavidas, (que son insuficientes para todos los pasajeros, dicho sea de paso), se usa la famosa premisa de “las mujeres y niños primero”. Uno de los personajes, Caledon, prometido de la protagonista principal, Rose, nos deja ver cómo su prioridad en ese momento es salvarse él, y finge ser el padre de una niña para asegurar su puesto en uno de los botes. Aunque a lo largo de la película jamás se lo muestra como alguien generoso o con valores altruistas, sí es alguien que al menos cuida su imagen, hasta ese momento. Su actitud es una actitud egoísta y mezquina que podríamos definir con estas simples palabras: “yo primero”.
El evangelio y el yo
Una de las obras más importantes del Espíritu Santo en nuestras vidas es despojarnos de nuestro egoísmo. Nuestra tendencia es tener la vista sobre nuestras propias vidas. Por sobre todas las cosas están MIS sufrimientos, MIS necesidades, MIS intereses. Yo, yo, yo. Pero el Evangelio nos hace ver las cosas con otra mirada.Jesús nos enseñó a amar a nuestro prójimo como nos amamos a nosotros mismos, y también nos llama, no solo a mirar por la necesidad de nuestro hermano (Filipenses 2:4), sino también a considerarlo más que mí mismo (Filipenses 2:3).El Evangelio es lo único que nos permite dejar de ser esclavos de nuestra mezquindad y recibir la capacidad de amar como Jesús lo hizo.
La excepción que confirma la regla
Pero hay UNA circunstancia en la que sí deberíamos usar esa premisa: yo primero. Miremos la Escritura:
(1)No juzguéis para que no seáis juzgados. (2) Porque con el juicio con que juzguéis, seréis juzgados; y con la medida con que midáis, se os medirá. (3) ¿Y por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano, y no te das cuenta de la viga que está en tu propio ojo? (4) ¿O cómo puedes decir a tu hermano: «Déjame sacarte la mota del ojo», cuando la viga está en tu ojo? (5) ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás con claridad para sacar la mota del ojo de tu hermano.
Mateo 7:1-5 LBLA
Una circunstancia en la que no mostramos la misma tendencia a pensar en nosotros en primer lugar es cuando se trata de observar el error o el pecado de nuestros hermanos. A causa de nuestra caída naturaleza, los errores de los demás se nos hacen evidentes.El pasaje que leímos forma parte del Sermón del Monte, uno de los pasajes que con mayor claridad y energía nos llaman a vivir el Evangelio como lo que John Stott llama una “contracultura”, es decir, no vivir con los principios del mundo y sus prioridades, sino que renovando nuestro entendimiento, por la obra del Espíritu de Dios en nosotros, vivamos bajo los principios del Reino de Dios.El primer verso del pasaje nos muestra el principio básico y general que el Señor quiere enseñarnos y en los que lo siguen Él nos va a mostrar dos opciones incorrectas y una que sí es la que un discípulo suyo usaría.
No juzguéis
El principio básico es: no juzguéis. ¿Qué quiere decir el Señor con esto? Algunos lo han interpretado como que este pasaje nos manda a nunca señalar el pecado de nadie. Pero basta mirar un par de versos más abajo para ver que el Señor nos manda a “no tirar perlas a los puercos”, es decir, en el sentido más básico, no insistir en compartir lo santo con quien no quiere recibirlo. ¿Y cómo haremos esto sin discernir? Por tanto no es ese el sentido de juzgar que Jesús está usando aquí.Para entender mejor el principio tenemos que mirar a lo que sigue: con el criterio que nosotros juzguemos a los demás seremos también nosotros juzgados. Muchas veces corremos el riesgo de parecernos a los fariseos en esto, quienes miraban las apariencias pero no recordaban que lo que Dios mira es el corazón, y las intenciones, que no siempre son tan evidentes para nosotros.Cuando miramos el pecado de nuestro hermano, ¿lo hacemos con dureza y sin consideración? ¿Sin compasión y misericordia? El discípulo de Cristo debe ser conocido como alguien que tiene un profundo discernimiento de lo que a Dios no le agrada, pero también como alguien capaz de manifestar gracia. Si nuestro juicio es un juicio duro, cruel, que no apunta a la restauración y corrección desde el amor, el Evangelio no se refleja en nosotros. Entonces, lo primero que el Señor nos dice es que debemos aprender a tener una mirada como la de Él, quien cuando nos vio perdidos como ovejas sin pastor, tuvo compasión de nosotros.
No seáis hipócritas
Y ahonda aún más. Nos cuestiona. ¿Cómo somos capaces de ver la falta de los otros y no la nuestra? ¿Cómo estamos atentos al detalle ajeno y no vemos lo grosero de NUESTRAS actitudes? ¿Cómo pretendemos corregir a nuestro hermano si primero no hemos examinado nuestra propia vida?Y nos da el diagnóstico. Eso se llama HIPOCRESÍA.El rey David deseó, con pecado, a Betsabé, la esposa de Urías. Adulteró con ella y para ocultar su falta llegó al extremo de hacer matar a Urías. Pero cuando el profeta Natán vino a él y le contó la parábola del hombre rico, que teniendo cientos de ovejas mató a la única oveja de su vecino para agasajar a un visitante, explotó en ira y emitió un juicio severo.
– Ese hombre merece la muerte -dijo David.
-Ese hombre sos vos -le dijo el profeta.
David juzgó sin misericordia, juzgó sin considerar su propia vida, y tuvo que ser confrontado por Dios para entender la profundidad de su pecado.
Que el amor guíe tus pasos¿Y entonces qué? ¿Cómo tratamos con el pecado de nuestro hermano? ¿Simplemente lo pasamos por alto? Actuar así es una hipocresía también, porque el verdadero amor no ignora la falta ajena, por el contrario, busca corregir y ayudar.Esa es la clave que nos brinda el último verso: “Primero saca la viga de tu ojo y después, sólo después, vas a poder ayudar a quitar la mota del ojo de tu hermano”
Primero yo
A la hora de tratar con el pecado ajeno, el principio debe ser ese: primero yo.Si hemos podido examinar nuestras vidas, si hemos permitido a Dios remover las vigas que nos impiden ver, hemos experimentado el poder del Evangelio.Hemos visto nuestra necesidad y nuestra insuficiencia, y eso nos ayuda a ver a nuestro hermano como otro pecador, como yo mismo también lo soy.Hemos palpado la maravilla de la misericordia de Dios derramándose en nuestras vidas, hemos gustado su gracia, su compasión, y entonces podemos extender eso mismo a otros.Solo así podemos corregir a nuestro hermano, desde el amor, desde la conciencia de la propia necesidad, desde la experiencia de la misericordia y compasión de Cristo sobre nuestras vidas.
El Señor nos ayude!