Nuestro texto de hoy
‘¿Se atreve alguno de ustedes, cuando tiene algo contra su prójimo, a ir a juicio ante los incrédulos y no ante los santos? ¿O no saben que los santos han de juzgar al mundo? Y si el mundo es juzgado por ustedes, ¿no son competentes para juzgar los casos más sencillos? ¿No saben que hemos de juzgar a los ángeles? ¡Cuánto más asuntos de esta vida! Entonces, si tienen tribunales que juzgan los casos de esta vida, ¿ por qué ponen por jueces a los que nada son en la iglesia? Para vergüenza suya lo digo. ¿ Acaso no hay entre ustedes algún hombre sabio que pueda juzgar entre sus hermanos, sino que hermano contra hermano litiga, y esto ante incrédulos? Así que, en efecto, es ya un fallo entre ustedes el hecho de que tengan litigios entre sí. ¿Por qué no sufren mejor la injusticia? ¿Por qué no ser mejor defraudados? Por el contrario, ustedes mismos cometen injusticias y defraudan, y esto aun a sus propios hermanos. ¿O no saben que los injustos no heredarán el reino de Dios? No se dejen engañar: ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los difamadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios. Y esto eran algunos de ustedes; pero fueron lavados, pero fueron santificados, pero fueron justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios. ‘
1 Corintios 6:1-11
Meditemos
La situación es grave. Inconcebible para Pablo. Los que se dicen hermanos entre sí, llevando sus pleitos a la justicia.
Traslademos la situación a nuestros días. Creyentes llevando a juicio a otros creyentes. ¿Por no pagar una deuda? ¿Por cometer fraude o engaño contra un hermano? ¿Qué conflictos habría entre ellos? Sin dudas maneras de actuar que no son las de un creyente. Pablo usa términos muy duros para hacerlos ver lo impropio de su conducta.
¿Dejan que otros los juzguen?: es vergonzoso que los creyentes, quienes han de juzgar al mundo y hasta a los mismos ángeles lleven sus asuntos a ser juzgados por los incrédulos. La autoridad entre los creyentes es Dios, Su Palabra, Su Sabiduría. Si dos hijos de Dios exponen sus problemas delante de jueces humanos están despreciando el consejo de Dios.
¿Un cristiano defraudando a otro? El apóstol hasta los sacude en esto. ¿Cómo es posible que un creyente defraude a otro? ¿No saben que los injustos no heredarán el Reino? Y si el otro me defrauda, ¿no sería mejor soportar el agravio antes que llevarlo ante las autoridades humanas? ¿Qué motiva a alguien que ha sufrido una injusticia por parte de otro creyente a no buscar el consejo de los ancianos de la iglesia y llevar el asunto directamente a las autoridades civiles? Sin dudas, quien defrauda deshonra a Dios y al evangelio, pero quien actúa de esta manera también lo hace.
¿Dónde está el amor que del evangelio fluye cuando dos cristianos se atacan de esta manera?
Ustedes ya no son eso: Pablo nos enseña que esa manera de comportarse es indigna del evangelio. Los que viven y practican la injusticia no pertenecen al Reino de los Cielos. Injustos, mentirosos, engañadores, inescrupulosos, inmorales, eso éramos. Pero ya no. El evangelio nos transformó. ¿Cómo podemos entonces comportarnos como si no fuéramos en realidad creyentes?
Porque el evangelio nos transforma, ya no nos comportamos de manera deshonesta y egoísta con nuestro prójimo. Porque el evangelio nos transforma, ya no buscamos la justicia que solo alivia momentáneamente nuestro orgullo, sino la gloria de Dios. Porque el evangelio nos transforma, hasta somos capaces de soportar la injusticia.
Un detalle para señalar
Lavados (ἀπολούω, apolouō), justificados (δικαιόω, dikaioō), santificados (ἁγιάζω, hagiazō). Esos son los tres verbos que usa Pablo para resaltar la obra del evangelio en nuestras vidas.
Dios limpió nuestros pecados, Dios nos declaró perdonados, Dios nos hizo suyos.
Para pensar
¿Cómo impacta en nuestras vidas el evangelio? ¿Cómo es nuestra relación con los demás? ¿Buscamos solo nuestra comodidad y satisfacer nuestras “necesidades” o procuramos en realidad edificar y bendecir a otros? ¿Cómo reaccionamos ante el pecado de los demás? ¿Qué motiva nuestra manera de actuar en los conflictos? ¿Nuestra justicia o la del Señor?