Lectura: Lucas 4:31-37
Jesús enseña, Él viene a traer un mensaje, y su mensaje tiene una autoridad. Tanta autoridad que la gente se sorprende. Tanta autoridad que hasta los demonios la reconocen y obedecen. Porque la autoridad de Jesús no es sólo evidente en lo que dice, sino también en lo que hace.
Jesús es el Hijo de Dios, Su Palabra y Su Vida son lo que Él es. Él es íntegro.
Hay dos cosas que podemos considerar en este pasaje. Lo primero es ver qué quiere Lucas que sepamos. Jesús es Dios, el Dios que se hizo hombre, y de ahí proviene su autoridad. Esa autoridad se hace visible en su mensaje y los milagros que realiza, y provienen de su identidad como el Mesías.
En segundo lugar, podemos pensar que nuestras palabras, y nuestras actitudes, reflejan lo que somos (de la abundancia del corazón habla la boca). En nuestra vida no debe haber divergencia entre nuestro decir y nuestro hacer. De una u otra manera reflejamos lo que realmente somos, no lo que queremos mostrar.
La gracia del Señor transforme nuestro interior, limpiándonos, formando en nosotros a Cristo, para que tanto nuestro “decir” como nuestro “hacer” lo reflejen a Él.
PARA PENSAR: ¿Miramos a Jesús como el que puede transformar completamente nuestra interioridad? ¿Dejamos que Su Palabra y Su Espíritu trabajen en lo más profundo de nuestro ser?