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Cuando se está investigando una posible cura para una enfermedad es necesario hacer determinadas pruebas. Hay varias etapas en ese proceso. Una de ellas, casi al final, es probar el nuevo medicamento en personas, en seres humanos. Para eso, se suelen armar distintos grupos de pacientes que padezcan la enfermedad a tratar. Un grupo, recibe el medicamento que se está probando, y otros reciben lo que se suele llamar placebo (en apariencia es igual a un medicamento, pero se trata de algo que no produce ningún efecto, como una especie de engaño). El objetivo de esta prueba es, naturalmente, detectar si los resultados entre los que reciben el medicamento y los que reciben el placebo son distintos y significativos. Lo esperable es que quienes reciban el medicamento que se está probando se curen, mientras que en los demás no se observe ningún efecto.
Sin embargo, muchas veces, una persona que tiene una enfermedad recibe un placebo e inesperadamente sí experimenta una mejoría. De alguna forma, creer que lo que está ingiriendo es bueno para su salud termina siendo bueno para su salud.
No es así con el evangelio. Si no creemos en el evangelio verdadero, nuestro destino es la separación eterna de Dios, la condenación. Y si creemos en un evangelio diferente, un evangelio placebo, ese será también nuestro destino eterno. Solo el evangelio del Señor Jesucristo tiene el poder de salvar. Sólo el poder del evangelio verdadero tiene el poder de transformarnos en hijos de Dios.
Creer en un evangelio verdadero y proclamar un evangelio verdadero son dos cuestiones vitales.
“Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre;pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo.Porque ya habéis oído acerca de mi conducta en otro tiempo en el judaísmo, que perseguía sobremanera a la iglesia de Dios, y la asolaba;y en el judaísmo aventajaba a muchos de mis contemporáneos en mi nación, siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres.Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia,revelar a su Hijo en mí, para que yo le predicase entre los gentiles, no consulté en seguida con carne y sangre,ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo; sino que fui a Arabia, y volví de nuevo a Damasco. Después, pasados tres años, subí a Jerusalén para ver a Pedro, y permanecí con él quince días; pero no vi a ningún otro de los apóstoles, sino a Jacobo el hermano del Señor. En esto que os escribo, he aquí delante de Dios que no miento. Después fui a las regiones de Siria y de Cilicia, y no era conocido de vista a las iglesias de Judea, que eran en Cristo; solamente oían decir: Aquel que en otro tiempo nos perseguía, ahora predica la fe que en otro tiempo asolaba. Y glorificaban a Dios en mí.”
En el pasaje de hoy vamos a ver que el evangelio de Jesucristo es una iniciativa de Dios, que transforma completamente la vida del hombre, que lo hace puramente por gracia y que no busca agradar a los hombres sino glorificar a Dios.
Pero antes de que comencemos a escudriñar este pasaje me gustaría que establezcamos una relación muy importante entre dos aspectos del evangelio: el decir y el hablar.
Es necesario que proclamemos el evangelio, es necesario que lo anunciemos y hablemos de él. No hay forma en la que una persona reciba el mensaje de Cristo si este nos expresado en palabras. Como dice el mismo Pablo a los romanos: “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” (Romanos 10:14, RVR60)
También es necesario que vivamos de acuerdo con el evangelio. Nuestras palabras deben tener su correlato en nuestro caminar. Como dice Santiago: “Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras.” (Santiago 2:18, RVR60)
Estos dos aspectos del evangelio, nuestras palabras y nuestras acciones, no están disociados. Si estamos en Cristo, hablaremos de Cristo. Si estamos en Cristo, caminaremos en los caminos de Cristo.
Hablar y vivir, son, en el evangelio, la misma cosa. No podemos separarlas.
Considero necesario hacer esta aclaración inicial porque estamos hablando acerca de cómo discernir el evangelio bíblico con respecto a “evangelios diferentes”, y en este sentido la ortodoxia y la ortopraxis son dos aspectos a considerar.
No vale de nada que hable sea muy correcto y sea muy conservador en su mensaje si su vida no se condice con eso. Tampoco el evangelio se trata de hacer y hacer sin tener un entendimiento correcto de Las Escrituras.
Nuestras palabras y nuestro caminar reflejan el evangelio en el que estamos creyendo. ¿Cuál es el evangelio que debemos seguir? ¿Cuál es el evangelio que vale la pena?
# El único evangelio que vale la pena: el que recibimos de parte de Dios
“Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre;pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo.
Hay un solo evangelio que vale la pena seguir. El evangelio de Jesucristo. Si alguien nos anunciara un “evangelio diferente” deberíamos rechazarlo, y considerarlo bajo maldición. Y si nosotros decidimos seguir un “evangelio diferente”, somos sencillamente necios, que estamos rechazando a Dios mismo.
El único evangelio que vale la pena seguir es el evangelio de Cristo. Y el único evangelio que vale la pena proclamar es el de Cristo.
Necesitamos asegurarnos de que el evangelio que seguimos y en el cual creemos es el evangelio que viene de Dios, y que no es invención humana. Las versiones humanas del evangelio no son genuinas, son simples adulteraciones del evangelio verdadero.
Los falsos evangelios son placebos para nuestras almas, pero no curan el mal de nuestras vidas, no redimen el pecado. Por eso es muy importante que cada día examinemos si estamos descansando exclusivamente en el evangelio de Cristo, o en algo más.
Nuestro evangelio será un evangelio que da vida y que salva (a nosotros mismos y a otros que lo reciban) solo si no es “según hombre” sino que es por “revelación de Jesucristo”. Solo si cumple con estas condiciones podemos estar seguros de que no es un “evangelio diferente”. La autoridad de quien proclama el mensaje de Cristo no está en el mensajero, sino en el autor del mensaje.
El único evangelio en el que podemos creer y confiar es en el evangelio dado por Dios, en Las Escrituras. Pero, ¿cómo podemos distinguir un evangelio verdadero de un evangelio falso?
En este pasaje Pablo afirma que el evangelio que él anuncia tiene su origen y autoridad no en los hombres, sino en Dios mismo y que lo recibió por revelación de Jesucristo. Es decir, Pablo está afirmando que su evangelio es, precisamente el evangelio que necesitamos.
En los próximos versos vamos a ver el por qué Pablo afirma tal cosa respecto al evangelio que él proclama. Pero primero rescatemos un concepto que es central. La expresión que se usa para describir el verdadero evangelio es “por revelación de Jesucristo”.
“Por revelación de Jesucristo” puede ser entendido de dos maneras: primeramente que es Cristo el autor de la revelación, pero en segundo lugar que es Cristo el contenido de la revelación.
Ningún hombre puede llegar al conocimiento de Dios, a ser un amigo de Dios, un hijo de Dios, si no es alcanzado por Dios mismo. Jesús es el que hace posible que nosotros conozcamos el evangelio.
Y el contenido del evangelio es Cristo mismo. ¿Qué necesitamos nosotros conocer? Una serie de ordenanzas, enseñanzas o prácticas. Necesitamos conocer a Jesús, una persona.
La fe cristiana implica una forma de vida, implica una serie de ideas y conceptos teológicos, implica ciertas prácticas, pero todo eso es ritualismo vacío si no apunta a que conozcamos y amemos a Jesús.
Como dijo el comentarista Mathew Henry: “De poco nos servirá que tengamos a Cristo revelado a nosotros si Él no es revelado también en nosotros”
# El evangelio que vale la pena: es de parte de Dios porque transforma nuestro pasado
Porque ya habéis oído acerca de mi conducta en otro tiempo en el judaísmo, que perseguía sobremanera a la iglesia de Dios, y la asolaba;y en el judaísmo aventajaba a muchos de mis contemporáneos en mi nación, siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres.
El evangelio de Cristo es aquel que transforma nuestras vidas. El apóstol Pablo era judío, orgullosos de serlo, miembro de una de las facciones más estrictas del judaísmo. Tan celoso era él de su fariseísmo que se terminó convirtiendo en un perseguidor de los creyentes. Pablo fue instigador y cómplice de muchas de las muertes de los primeros cristianos. Y él estaba convencido de que esto agradaba a Dios. Y sin embargo… el evangelio trastornó su vida por completo. Él llega a decirles a los filipenses que si se pudiera confiarse en la carne, él tendría más razones que cualquier otro judío para hacerlo, ya que cumplía de manera estricta y ejemplar con las leyes y preceptos de la ley y las tradiciones del fariseísmo.
Y sin embargo afirma que toda su religiosidad y sus tradiciones eran nada, al compararse con la maravilla de conocer a Jesús.
En el camino a Damasco, un fanático, autosuficiente se convirtió en un portavoz de la gracia de Dios. Eso sí que fue un cambio radical.
Lo único que trae transformación verdadera a la vida del hombre es el conocimiento de Cristo en el evangelio. Solo el evangelio puede remediar el problema central y vital del hombre: su pecado.
Las filosofías humanas pueden retocarte, pueden transformar tu apariencia. Incluso pueden hacerlo de manera tal que todos los demás piensen que has cambiado. Pero sólo el evangelio de Cristo tiene el poder de transformar la vida de una persona de manera tan profunda y radical.
¿Cómo el evangelio transforma nuestras vidas?
Acaso podríamos pensar en cambios dramáticos, como el alcohólico que deja de tomar, el violento que se vuelve pacífico, y casos así. El evangelio hace eso, y nosotros somos testigos de eso. Pero el evangelio produce una transformación mayor y más asombrosa en nuestras vidas, que solo el evangelio puede hacer. En Cristo, la que es transformada es nuestra forma de relacionarnos con Dios.
Si estamos en Cristo ya no intentamos relacionarnos con Dios en nuestros términos, si no en los términos del propio Dios.
La religión, la tradición, los “evangelios diferentes”, son intentos humanos de decirle a Dios que queremos que Él nos acepte si nosotros nos comportamos de determinada manera, si cumplimos con pautas que nosotros mismos inventamos.
El Dios de la Biblia es un Dios al que no le podemos imponer nuestras condiciones. Él es Santo. Pablo reconoce que su judaísmo, en el cual aventajaba a muchos otros, solo lo llevó a ir contra la voluntad de Dios (¿No le dijo Jesús que estaba dándole coces a un aguijón?).
La transformación que el evangelio produce en nosotros es que nos lleva a una relación genuina y fructífera con Dios a través de Cristo. El evangelio nos libera de la forma miserable de esclavitud que es la religión de los hombres.
Eso era Pablo antes de conocer a Jesús, un religioso que creía ganar el favor de Dios con sus actitudes, cuando en realidad se estaba oponiendo a Él. El evangelio es el poder de Dios para salvación, y solo el evangelio.
Mientras “otros evangelios” querrán aprisionarte con tradiciones de hombres, solo el evangelio puede liberarte realmente, para que vengas al conocimiento de Dios en Cristo.
# El evangelio que vale la pena: es de parte de Dios porque es por gracia
Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia,revelar a su Hijo en mí, para que yo le predicase entre los gentiles…
El evangelio de Dios, es, precisamente “de” Dios. Dios es el que se complace en salvar, en escoger y llamar. La Palabra de Dios nos enseña que somos salvos por gracia, y que esa es la única manera en la que podemos ser salvos.
Dirá el apóstol Pablo a los cristianos de Éfeso: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo,según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él,en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad” (Efesios 1:3–5, RVR60)
Un “evangelio diferente” siempre nos va a asignar un rol a nosotros los hombres, siempre, de alguna manera más o menos sutil, va a proponer que los hombres podemos ganarnos el cielo.
Sin embargo, leamos lo que La Palabra nos dice…
Es a Dios que le agradó salvarnos, es Dios el que nos aparta desde el vientre de nuestra madre (es decir, antes de nacer), es Dios quien nos llama por su gracia, es Dios quien revela a Cristo en nosotros.
Es Dios, es Él que nos salva, si simplemente para nosotros es imposible
“Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. Sus discípulos, oyendo esto, se asombraron en gran manera, diciendo: ¿Quién, pues, podrá ser salvo? Y mirándolos Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible.” (Mateo 19:24–26, RVR60)
Los evangelios de hombre te van a querer llevar a depender de los hombres (de vos mismo, de líderes iluminados, de gurúes con conocimientos extraordinarios). El evangelio de Jesús es gracia de Dios. Es Dios dándonos lo que no merecíamos ni buscábamos. Es Dios dándose a sí mismo en Cristo como el don perfecto.
La Biblia dice que el “justo por la fe vivirá”. Es poniendo nuestra fe (nuestra confianza y nuestra mirada) en Jesús que recibimos la salvación, y es manteniendo esa misma fe en Jesús que caminamos.
Jesús dijo: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros” (Juan 15:16a, RVR60).
Cuando entendemos que Dios nos llama y salva por gracia es que nuestra jactancia y nuestra confianza en nosotros mismos desaparece y que admiramos y apreciamos el precioso regalo del evangelio.
El evangelio que vale la pena, el evangelio que viene de Dios, es por gracia, de principio a fin.
# El evangelio que vale la pena: es de parte de Dios porque no depende de los hombres y glorifica a Dios
…no consulté en seguida con carne y sangre,ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo; sino que fui a Arabia, y volví de nuevo a Damasco.
Después, pasados tres años, subí a Jerusalén para ver a Pedro, y permanecí con él quince días; pero no vi a ningún otro de los apóstoles, sino a Jacobo el hermano del Señor. En esto que os escribo, he aquí delante de Dios que no miento. Después fui a las regiones de Siria y de Cilicia, y no era conocido de vista a las iglesias de Judea, que eran en Cristo; solamente oían decir: Aquel que en otro tiempo nos perseguía, ahora predica la fe que en otro tiempo asolaba. Y glorificaban a Dios en mí.”
Pablo no recibió su evangelio de Pedro, o de Juan o de ninguno de los otros apóstoles. Lo recibió de Cristo mismo. En esto se sustenta la veracidad de su evangelio, y su autoridad como apóstol.
Inmediatamente después de su conversión Pablo no buscó la fuente de sus enseñanzas en los demás, su evangelio no depende de lo que los otros apóstoles le enseñaran, sino de la propia revelación de Cristo a su vida.
Pablo consideró a los demás apóstoles como sus compañeros de misión, y lo mismo ellos harían con él, extendiéndole la diestra en señal de compañerismo, pero el mensaje que Pablo transmitía no provenía de la enseñanza de su enseñanza, sino de Cristo mismo.
El evangelio que anunciamos es un evangelio verdadero cuando su fuente es Cristo y Su Palabra.
No anunciamos lo que otros hombres han dicho o expresado, anunciamos la Palabra de Dios. De la misma manera no guiamos a otros a escuchar a nuestro predicador favorito, o a leer a nuestro autor favorito, sino que los guiamos a la Palabra y el mensaje de Cristo. Porque solo el evangelio tiene el poder de transformar.
Entiéndase, un sermón o un video, de hombres fieles a la Palabra y piadosos, sirve precisamente para eso, para que alguien sea guiado a Cristo.
Nuestro conocimiento de la Palabra de Dios, nuestro conocimiento de Dios, debe ser un conocimiento de primera mano.
Una vez más, un buen libro, un buen sermón, nos edifican grandemente, pero no reemplazan la Palabra de Dios y nuestra comunión con Él.
Un evangelio verdadero no nos va a llevar jamás a seguir a ningún hombre, sino a Cristo. El evangelio que seguimos y anunciamos no depende de los hombres, al contrario, los hombres dependen de él, lo necesitan.
Esto debería ayudarnos a analizar a quienes escuchamos y de quienes aprendemos. Su autoridad depende de su sujeción a la autoridad de la Palabra de Dios.
Y el evangelio de Cristo es un evangelio que glorifica a Dios. Los creyentes de Judea al escuchar que el que otrora perseguía a la iglesia, ahora anunciaba la fe de Jesús, glorificaban a Dios.
Un evangelio diferente va a querer dar gloria a otra cosa. Un hombre, un sistema, una tradición, pero el evangelio de Cristo glorifica solo a Dios.
Para terminar de entender el pasaje de hoy, quiero compartirte una paráfrasis del mismo, es decir, un intento de traducir al lenguaje de nuestros días el mensaje de Pablo. Sería algo así:
Quiero que sepan que el evangelio que les anuncio no es mío, ni de ningún hombre sino que me fue entregado por Dios.
Porque yo, en mi pasado, era un judío comprometido, más comprometido que otros, y hasta perseguía a los cristianos.
Pero Dios me llamó, por su gracia, porque aún antes de nacer me había escogido para anunciar a Cristo entre los gentiles. Cristo hizo esto al revelarse a mí.
Entonces, cuando esto sucedió no busqué que nadie me explicara nada, porque mi evangelio no depende de los hombres, sino que Dios me lo reveló. Y cuando conocí a los demás apóstoles lo hice como compañerismo. Y asimismo las iglesias de Judea (donde estaban los apóstoles) ni siquiera me conocían de vista, pero al escuchar lo que Dios había hecho en mí, le daban gloria.
# ¿Estamos siguiendo el evangelio de Cristo?
En el pasaje de hoy, hemos visto que existe un solo evangelio que vale la pena, el que viene de Dios, por medio de Cristo. Evangelios diferentes son solo placebos, engaños, fraudes, que nos conducen a la confusión y la oscuridad.
¿Cómo discernir si el evangelio en el que creo es conforme a Dios?
El evangelio en el que crees, ¿transforma tu vida? ¿te hace relacionarte con Dios en sus términos? ¿Te libera de la tradición humana, infructuosa?
El evangelio en el que crees, ¿te hace depender de la gracia de Dios? ¿Te hace confiar en su llamado? ¿Te hace poner toda tu confianza y fe en Jesús?
El evangelio en el que crees, ¿te hace depender de los hombres o de Dios? ¿Te hace mirar a los hombres o a Dios? ¿Glorifica a los hombres o a Dios?
Examinémonos, ¿Estamos siguiendo el evangelio de Cristo? ¿Es el evangelio de Cristo el que anunciamos y vivimos?