#Introducción
¿Recuerdas la historia de David y Goliat? Un jovencito, demasiado joven y demasiado pequeño para ir a la guerra recibe el encargo de llevar alimentos a sus hermanos, que sí eran soldados. Cuando llega al campamento israelita lo sorprende ver a ese filisteo gigante que se acerca cada tarde para burlarse y desafiar al ejército de Israel.
David entiende la gravedad del asunto. No son sus hermanos los que están siendo ofendidos, ni siquiera es el rey, Saúl. Lo que está en juego es el nombre y la honra de Dios.
Todos sabemos lo que hizo, cuando nadie se animaba a enfrentar al gigante, él se ofreció como voluntario. Y sabemos que la historia terminó bien, con su victoria.
Pero piensa un momento… La reacción natural ante una situación tan peligrosa no sería la de David, sino la del resto del ejército israelita. La razón por la que David actuó de esa manera fue, en primer lugar. la guía del Espíritu de Dios en su vida, pero también su comprensión de lo que estaba en juego era algo muy importante.
Dijo Juan Calvino: El perro ladra si ve que atacan a su amo, y yo sería un miserable cobarde si viera que la verdad de Dios es agredida y me quedara contemplándolo en silencio.
En la carta a los gálatas, lo que está en juego es la misma esencia del evangelio. Y cuando la esencia del evangelio es comprometida la cobardía no es una opción, la inacción no es una opción, la pasividad no es una opción. Cuando la esencia del evangelio es comprometida es cuando más necesitamos aferrarnos al evangelio.
Dice el pasaje que compartimos hoy:
“Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar.Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión.Y en su simulación participaban también los otros judíos, de tal manera que aun Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos.Pero cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar? Nosotros, judíos de nacimiento, y no pecadores de entre los gentiles,sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado.Y si buscando ser justificados en Cristo, también nosotros somos hallados pecadores, ¿es por eso Cristo ministro de pecado? En ninguna manera.Porque si las cosas que destruí, las mismas vuelvo a edificar, transgresor me hago.Porque yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios.Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo.”
En el pasaje de hoy, veremos que el evangelio de la gracia de Nuestro Señor Jesucristo demanda que estemos dispuestos a defenderlo en su esencia, que lo creamos y que lo vivamos, que nuestra fe descanse total y plenamente en Cristo, y no en nuestras obras y que Cristo mismo sea nuestra vida en todo nuestro caminar.
#La esencia del evangelio comprometida: un llamado a su defensa.
Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar. Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión.Y en su simulación participaban también los otros judíos, de tal manera que aun Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos.Pero cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?
Pedro había ido a Antioquía, una de las primeras iglesias gentiles. Estando allí había hecho algo impensable para cualquier judío, se había sentado a la misma mesa que un gentil, que un no judío. Probablemente en nuestros tiempos esto no nos llame la atención, pero en aquellos días, la pureza del judaísmo de cada persona se relacionaba con su contacto con los no judíos. Pensemos, por ejemplo, en los publicanos, que eran considerados de lo más bajo por servir a los romanos.
Para los primeros cristianos, judíos todos ellos, entender que el evangelio no era exclusivamente para ellos no fue sencillo. Y fue precisamente Pedro quien lo entendió entre los primeros y se lo comunicó a los demás.
En Hechos 10-11 leemos cómo Pedro recibió una visión en la que el Señor mismo le manda a matar y comer animales que los judíos consideraban impuros. Luego de esa visión, Pedro recibe emisarios de un soldado romano, Cornelio, que lo manda llamar. Pedro va hacia él, comparte con este gentil el evangelio y tanto él como muchos de su casa no solo creen en Jesús, sino que el Espíritu Santo desciende sobre ellos. Pedro entiende entonces, que el evangelio no es exclusivo de Israel, sino que Dios se complace en salvar también a los gentiles.
Miremos lo que Pedro dijo en esa ocasión:
“Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia. Dios envió mensaje a los hijos de Israel, anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo; éste es Señor de todos.” (Hechos de los Apóstoles 10:34–36, RVR60)
“Entonces respondió Pedro: ¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros? Y mandó bautizarles en el nombre del Señor Jesús. Entonces le rogaron que se quedase por algunos días.” (Hechos de los Apóstoles 10:47–48, RVR60)
“Entonces me acordé de lo dicho por el Señor, cuando dijo: Juan ciertamente bautizó en agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo. Si Dios, pues, les concedió también el mismo don que a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estorbar a Dios? Entonces, oídas estas cosas, callaron, y glorificaron a Dios, diciendo: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!” (Hechos de los Apóstoles 11:16–18, RVR60)
Ahora bien, con esta convicción, Pedro tiene comunión con los gentiles y hasta come con ellos. Lamentablemente, cuando judíos de Jerusalén vinieron a Antioquía Pedro dejó de actuar consecuentemente con lo que sabía que era verdad, para comenzar a actuar motivado por el temor, la hipocresía y la simulación.
A todas luces, esta actitud es cuestionable. Y de ahí la reacción de Pablo, resistiendo su actitud de manera pública.
La esencia del evangelio comprometida. El problema no es simplemente con quien se juntaba a comer Pedro, todos tenemos el derecho de comer con quien queramos, el problema es que al dejar de tener comunión con los gentiles les está dando la razón a los que dicen que la fe en Jesús no es suficiente para ser hijos de Dios, que es necesario algo más. Por ejemplo, ser circuncidados como exigían los falsos maestros que rondaban por las iglesias de los gálatas. Y entonces, el problema es más complejo.
Nuestras acciones reflejan el evangelio en el que estamos creyendo. Es necesario que haya concordancia entre el evangelio que anunciamos y el que vivimos.
Cuando vivimos un evangelio de hipocresía, un evangelio que teme a los hombres y un evangelio que pone la confianza en la capacidad humana de auto-justicia estamos comprometiendo la verdad central de la fe cristiana: la única manera en que que los hombres podemos ser justificados delante del Dios Santo es por medio de la fe en el Señor Jesús. Toda nuestra vida debe ser vivida a la luz de esa verdad.
Una respuesta necesaria… En nuestro caminar en la fe es esperable que nos relacionemos con muchas personas que confiesan a Cristo como su Señor. Si han sido justificados por Jesús, son nuestros hermanos, y sin embargo, es probable que piensen de manera distinta a nosotros en varios aspectos. ¿Cómo reaccionaremos ante las posturas distintas? Necesitamos aprender que cuando se trata de cuestiones secundarias el evangelio nos enseña a ser amorosos y tolerantes, pero cuando es la esencia del evangelio lo que se compromete, es nuestro deber actuar como Pablo. Cuando alguien sostiene, bajo el nombre del evangelio de Jesucristo, un sistema humano, que no pone en el centro al Señor Jesús sino a las tradiciones y mandamientos de hombre, lo que está siendo comprometido es la verdad. Y cuando la verdad se compromete, dejamos de hablar del evangelio. Es un evangelio diferente. Sea anatema.
Arrastrar a otros lejos del evangelio… un problema con la actitud de Pedro era que él era una columna de la iglesia, era un apóstol. Por tanto, muchos verían sus acciones como imitables. Hasta Bernabé se plegó en esa actitud.
Cuando comprometemos la verdad nosotros mismos nos alejamos de la verdad, pero podemos provocar confusión y daño en otros. Por eso es tan importante que vivamos conforme a lo que anunciamos y decimos creer. Si nuestros corazones están firmemente fundados en la gracia del Señor, si dependemos de Él de manera absoluta, si nuestra fe está puesta solo en Él, eso se va a ver reflejado en cómo vivimos y eso es lo que otros verán.
¿Cómo valoramos nuestra santificación? ¿Cómo actuamos cuando nos lastiman? ¿Cómo actuamos cuando somos nosotros los que lastimamos? ¿Cómo actuamos cuando pecamos?
Hace más de 500 años, hubo un hombre llamado Martín Lutero, que entendió, a través de Las Escrituras, que la iglesia de esos días estaba comprometiendo la verdad del evangelio. Lleno de temores, pero compelido por el evangelio mismo que lo había librado de las tinieblas se enfrentó a los poderosos, se enfrentó al desprecio, a la injuria, a la violencia y hasta a las amenazas de muerte.
Cuando la esencia del evangelio es atacada, somos llamados a estar firmes en la verdad, y a sostenerla contra viento y marea. Es nuestra eternidad la que está en juego. Es la vida de las almas lo que está en juego. No podemos darnos el lujo de diluir o adulterar el mensaje de Cristo.
#La esencia del evangelio comprometida: un llamado a aferrarnos a la justicia que es por medio de la fe.
Nosotros, judíos de nacimiento, y no pecadores de entre los gentiles,sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado.
Una verdad que no ignoramos… En el centro del evangelio se encuentra esta verdad: que Dios perdone nuestro pecado no depende de nuestra obediencia a la ley, o a ningún mérito en nosotros sino que somos justificados cuando descansamos en la obediencia y los méritos de Jesús, el Hijo de Dios.
¿Qué significa que somos justificados? La justificación es la aceptación judicial de un cristiano por parte de Dios como inocente en virtud de que sus pecados no cuentan en su contra.
Justificación significa que al poner nuestra fe en Cristo Dios ve en nosotros la justicia de Su Hijo y no nuestro pecado.
Los judíos, conocedores de la ley de Dios, por esa misma ley han recibido el conocimiento de su incapacidad para la obediencia y su necesidad de un salvador como Jesucristo. Toda la historia de Israel es un ejemplo vivo de que los hombres nunca jamás podríamos vivir de una forma digna de la santidad de Dios. La ley nos permite saber lo que Dios acepta y no, y nos permite ver nuestra incapacidad para lograrlo.
Como Pablo, repitamos esta verdad a nuestro corazón. No hay forma en la que nosotros, en nuestras propias fuerzas, por nuestro propio mérito seamos justificados.
La justificación por la fe sola es una de las verdades del evangelio que con más fuerza debieron sostener los reformadores en su tiempo. Es una de las famosas “Cinco Solas”. Cualquiera que conoce un poco de Las Escrituras va a encontrar que la fe en Cristo como suficiente para la justificación atraviesa el mensaje cristiano de principio a fin.
No es una verdad difícil de entender… y sin embargo muchas veces caemos en la tentación de olvidarlo.
Una verdad que necesitamos abrazar… El hecho de saber que somos pecadores imposibilitados de justicia en nuestros propios esfuerzos solo puede tener una respuesta posible: Mirar al único que puede hacer lo que nosotros no podemos, a Jesús. Cuando reconocemos nuestra incapacidad, la respuesta no puede ser insistir, sino rendirnos a Cristo.
Si sabemos que por las obras de la ley nadie es justificado, ¿qué podemos hacer? ¿Qué debemos hacer? Dejar de confiar en nosotros mismos para confiar única y plenamente en Cristo. No hay otra.
Como dijimos, no es tan difícil de entender. Si lo que necesito no lo puedo lograr, y el Señor Jesús ya lo hizo a favor mío, lo que resta hacer es confiar en Él, creer en Él.
El evangelio es eso: confiar en la persona y la obra de Cristo.
Esta verdad sencilla y evidente es necesaria traerla a nuestras vidas constantemente porque muchas veces actuamos dando evidencia de que no la estamos viviendo.
Cuando encuentro difícil que Dios me perdone. Cuando no entiendo por qué Dios perdonó a tal o cual. Cuando me creo superior a mi hermano. Y principalmente cuando quiero imponer y exigir a otros mi forma de vivir el evangelio.
#La esencia del evangelio comprometida: un llamado a no volver atrás.
Y si buscando ser justificados en Cristo, también nosotros somos hallados pecadores, ¿es por eso Cristo ministro de pecado? En ninguna manera. Porque si las cosas que destruí, las mismas vuelvo a edificar, transgresor me hago. Porque yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios.
La cruz es suficiente… La pregunta es entonces la siguiente. Si al confiar en Cristo para nuestra justificación no somos finalmente justificados. ¿Será que la cruz no es suficiente? ¿Será que Jesús es un mentiroso?
La verdad central del evangelio es esta: la única forma de recibir el perdón de Dios por mis pecados y que mi vida sea transformada de manera radical es poniendo mi fe en Jesús. Y esa es la única forma. Y es única porque realmente el evangelio transforma vidas.
Cuando nosotros, con nuestras acciones, o nuestras palabras, comprometemos esta verdad, cuando la ponemos en duda, estamos afirmando, sencillamente, que la cruz no es suficiente. Que es necesario agregar algo más.
Pero Jesús, al exhalar su último suspiro no dijo simplemente, “Ya cumplí mi parte”. Él dijo: “consumado es”. Ya está. No debemos buscar en ningún otro lugar. La cruz es la respuesta.
No vuelvo atrás… Si nosotros queremos agregar algo como requisito a nuestra salvación, estamos volviéndonos a la ley, a un sistema imperfecto e insuficiente, que no tiene la capacidad de justificarnos. Agregar algo a la cruz de Cristo es desvirtuarla totalmente. Si yo quiero agregar algo a la Cruz, me estoy volviendo atrás. No podemos hacer eso. Seríamos necios. Si queremos poner nuestra esperanza y nuestra fe en otro lado que no sea en la persona y obra de Cristo, somos nuevamente esclavos de la ley. Nos volvemos a poner nosotros mismos las cadenas. ¿Habría algo más insensato?
Muerto a la ley, vivo para Dios… Vivir para la ley y vivir para Dios son dos formas incompatibles de vivir. La única forma de vivir, de vivir plenamente, de vivir por y para Dios, es declararnos muertos a la ley. La ley nos muestra que estamos muertos. La ley no puede dar vida. La ley no puede justificar. La ley nos conduce a Cristo porque nos muestra nuestra incapacidad y nuestra necesidad.
Necesitamos hablar de vivir porque cuando hablamos de la justificación que el evangelio nos otorga estamos hablando de un perdón que trae vida. Sin Cristo, el hombre está muerto, está condenado. A fin de vivir para Dios, necesita morir a la ley.
Aquel en quien el evangelio produce vida muere a su orgullo, muere a la búsqueda de metodologías humanas de alcanzar a Dios, muere a las vanidades religiosas de los hombres, muere a la autosuficiencia. Y vive. Por causa del evangelio. Para Dios.
#La esencia del evangelio comprometida: un llamado a aferrarnos a Cristo, nuestra vida, el dador de gracia, el que nos redimió por su sangre.
Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo.
Muerto en Cristo, pero vivo en Cristo… Para vivir, necesitamos morir. El evangelio produce eso. Al morir a nuestro autosuficiente orgullo, dejamos a nuestro viejo hombre crucificado con Cristo y recibimos la vida de Cristo.
En el evangelio, nuestra identidad no está en nuestras capacidades, no está en lo que nos distingue de los demás, no está en nuestros logros. En el evangelio, nuestra identidad está en la cruz.
Un cristiano es alguien que está identificado plena y totalmente con Cristo.
En la cruz, mi pecado fue clavado, el viejo hombre, con su orgullo, con su suficiencia, con su ansia de decirle a Dios cómo hacer, encuentra su muerte allí. En Jesús, mi pecado es vencido, por Cristo. Y recibimos perdón, y recibimos vida.
Vivo por fe en el que me redimió… Cuando entendemos este maravilloso misterio, entendemos que el evangelio se trata del amor de Dios manifestado de la forma más sublime posible. Jesús entrega su vida por mí. Él paga mi muerte. Él vive mi muerte. Él carga sobre sus hombros mi culpa y sufre en sí la consecuencia de un pecado que no cometió, porque es mío. Y Él soporta sobre sí la consecuencia de nuestro pecado.
Al entender eso, entendemos que la única forma en la que vale la pena vivir y andar es por fe en Cristo.
Caminamos con los ojos puestos en el que nos amó, en el que se dió a sí mismo por nosotros, en el que nos redimió. Eso es caminar por fe.
No desecho la gracia de Dios… Sostener con palabras o actitudes que hay en nosotros la capacidad de obedecer a Dios y ser justos por nuestros propios medios es, sencillamente, desechar la gracia de Dios. La gracia no solo es suficiente, es necesaria. La cruz no solo es amor, es amor necesario. Porque no hay otra manera.
En el momento en el que pensamos que la cruz no es suficiente, le estamos diciendo a Dios que lo que Él hizo no está bien, que no alcanza, que nosotros lo podemos ayudar, que lo tenemos que ayudar. Ese no es el Dios de la Biblia, el Dios que se revela en el evangelio.
#A modo de conclusión
La forma en que vivimos refleja el evangelio en el que creemos. ¿Es un evangelio que glorifica a Dios y pone la cruz en el centro o es un evangelio en el que la confianza está puesta en nosotros mismos?
Puede que haya personas que anuncien un evangelio diferente. Debemos ser diligentes en no caer en el engaño, pero también debemos ser diligentes en cuidar nuestros propios corazones del orgullo. Si Pedro, el apóstol, fue víctima de su propia religiosidad, nosotros también somos víctimas potenciales de la autojustificación.
Cuando la esencia del evangelio es comprometida es cuando mayor es nuestra necesidad de recordar que no hay forma en la que seamos justificados sino es poniendo nuestra fe en Cristo. Cuando la esencia del evangelio es comprometida debemos estar dispuestos a defender la causa de Cristo con todas nuestras vidas.
Cuando la esencia del evangelio es comprometida es cuando más debemos aferrarnos al evangelio, quitar nuestros ojos de nosotros mismos para dirigirlos a Cristo, recordar que Él es nuestro Redentor, él es nuestra vida.