Devocional

Cuando nuestra religiosidad es peligrosa (Lucas 11:37-54)

Lectura: Lucas 11:37-54

Retomamos hoy este pasaje, en el que meditamos un poco en nuestra entrega anterior. 

Los fariseos y los escribas son confrontados por el Señor por prestar atención a las apariencias, y establecer ritualismos cuyo único fin es el de tapar su hipocresía. La manera en la que muchos escribas y fariseos vivían su fe era una evidencia de que su corazón estaba lejos de Dios.

Ahora bien, este no era su único problema. Ellos, con su manera de vivir no solo no reflejaban corazones que buscaran a Dios, sino que eran un impedimento para que la gente que quisiera seguir a Dios pueda hacerlo.

Con sus largas listas de mandamientos intrascendentes, con sus imposiciones al pueblo que ellos mismos no estaban dispuestos a cumplir lo que estaban haciendo era hacer que la gente creyera, o pensara, que de eso se trataba amar a Dios. De apariencia, de innumerables regulaciones, de juegos de poder e influencias. 

Ellos, como dice el versículo 52, no buscaban a Dios de corazón, y aún peor, eran impedimento para que otros lo hagan.

¿Cuántas veces nosotros mismos reducimos la fe cristiana a una lista de lo que agrada o desagrada a Dios? Dios es Santo, y procurar santidad es un distintivo de los hijos de Dios, pero el Evangelio es la buena noticia de que a pesar de que no queríamos ser santos, sino permanecer en nuestro pecado, hay Uno que transforma nuestros corazones de raíz. 

¿Cuántas veces nosotros mismos reducimos la fe cristiana a una lista de lo que agrada o desagrada a Dios?

El Evangelio no puede ser reducido a: “Ahora que vas a la iglesia ya no podés hacer esto, y esto otro”. No podemos cambiarnos a nosotros mismos, y mucho menos cambiar a los demás. Todo lo que hagamos, todo nuestro esfuerzo, no sirve de nada si no lo hacemos en completa dependencia del Señor Jesús.

Lo más triste es que si dejamos de mirar la cruz, si dejamos de depender de Jesús, nos estamos perdiendo la maravilla de la gracia del evangelio, y hasta podemos ser impedimento para otros.

Lo más triste es que si dejamos de mirar la cruz, si dejamos de depender de Jesús, nos estamos perdiendo la maravilla de la gracia del evangelio, y hasta podemos ser impedimento para otros.

PARA PENSAR: Cuando alguien observa nuestras vidas, ¿ve a alguien que depende cada día de la gracia de Dios? Cuando transmitimos el Evangelio a otros, ¿dirigimos sus miradas a Jesús o nuestra propia justicia?

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