Lucas 1:46-55
Este pasaje es un precioso cántico de María, alabando al Señor por lo que ha hecho en su vida!
Miremos tres preciosas verdades que podemos aprender en este pasaje:
Dios cumple sus promesas: desde el primer libro de la Biblia hay una promesa de Dios. Todo el mal provocado por el pecado y la desobediencia de los hombres no será para siempre. Yo los voy a salvar, ha dicho el Señor. Jesús es el cumplimiento de esa promesa. Dios mismo, haciéndose hombre.
María alaba a Dios porque sabe que en ella Dios está cumpliendo todo lo que él había prometido. Las promesas del Señor eran la esperanza de Israel y son hoy la esperanza de la iglesia. Una esperanza firme, porque Él es Dios.
Dios no considera, ni mira, ni se complace en el orgullo humano: Hay tres clases de personas que se mencionan en este pasaje, para los cuales Jesús no es una buena noticia. Los soberbios, los poderosos, los ricos.
Aquellos que han depositado su confianza en su sabiduría, despreciando la sabiduría de Dios. Aquellos que se envanecen en su posición, olvidando que Dios reina sobre todos por igual y no hay nada que no esté bajo su dominio. Aquellos que creen tenerlo todo y no dudan en aprovecharse de los demás para tener aún más.
Los que creen saberlo todo, poderlo todo, tenerlo todo, no son nada, porque no tienen a Jesús, que es el Todo en todos.
El Evangelio es para los humildes: en Jesús, Dios ha exaltado a los humildes y ha colmado de bienes a los hambrientos. Dios ha mirado, y elegido lo que el mundo, y los hombres no aprecian.
Los sencillos, los débiles, los pobres. Ellos miran a Dios y encuentran vida.
Porque para poder conocer a Dios necesitamos la humildad de María. Si no reconocemos nuesta profunda necesidad de Dios no podemos experimentar su Salvación en nuestras vidas.
El Evangelio es exclusivo para humildes. El Evangelio demanda y produce, humildad en nosotros.
Dios me amó, Dios me dio vida, Dios envió a su Hijo a morir en mi lugar. Dios es mi Salvador y en eso se regocija mi alma.
PARA PENSAR: Cada día, recordá tu necesidad. Pensá cuánto Dios te amó. Recordá que Él te amó cuando vos no lo amabas, cuando vos estabas muerto espiritualmente y que tu amor hacia Él hoy, es posible porque Él te amó primero. Pide ser siempre humilde.