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Habacuc, descansando en el Dios Soberano

Lectura: Libro de Habacuc (capítulos 1 al 3)

Versículos seleccionados:

‘¿Hasta cuándo, oh Señor, pediré ayuda, y no escucharás, clamaré a ti: ¡Violencia! y no salvarás? ¿Por qué me haces ver la iniquidad, y me haces mirar la opresión? La destrucción y la violencia están delante de mí, hay rencilla y surge discordia. Por eso no se cumple la ley y nunca prevalece la justicia. Pues el impío asedia al justo; por eso sale pervertida la justicia. ‘(Habacuc 1:2-4)

‘He aquí el orgulloso: en él, su alma no es recta, mas el justo por su fe vivirá. ‘(Habacuc 2:4)

‘Pero el Señor está en su santo templo: calle delante de Él toda la tierra.’ (Habacuc 2:20)

‘Oh Señor, he oído lo que se dice de ti y temí. Aviva, oh Señor, tu obra en medio de los años, en medio de los años dala a conocer; en la ira, acuérdate de tener compasión. ‘(Habacuc 3:2)

‘Oí, y se estremecieron mis entrañas; a tu voz temblaron mis labios. Entra podredumbre en mis huesos, y tiemblo donde estoy. Tranquilo espero el día de la angustia, al pueblo que se levantará para invadirnos. Aunque la higuera no eche brotes, ni haya fruto en las viñas; aunque falte el producto del olivo, y los campos no produzcan alimento; aunque falten las ovejas del aprisco, y no haya vacas en los establos, con todo yo me alegraré en el Señor, me regocijaré en el Dios de mi salvación. El Señor Dios es mi fortaleza; Él ha hecho mis pies como los de las ciervas, y por las alturas me hace caminar. Para el director del coro, con mis instrumentos de cuerda.’ (Habacuc 3:16-19)

¿Quién era Habacuc?

Poco sabemos de él, sino lo que el mismo libro nos dice. Habacuc era un profeta del Señor (y probablemente un levita), que vivió en el Reino de Judá en la época de la invasión de los caldeos. En aquellos días, el rey Josías había introducido prácticas espirituales en contra de la idolatría y de vuelta a Jehová, pero el rey había muerto. Y toda la nación, una vez más, se había vuelto a los ídolos y a una vida de pecado, caracterizada sobre todo por la opresión de los más débiles.

Habacuc es un hombre que ama a Dios y que al ver la situación en la que se encuentra su nación experimenta un intenso dolor. Los impíos reinan, los que hacen injusticia prosperan, las personas han menospreciado a la Ley del Señor, no la obedecen, la han echado al olvido. Y no solo eso, pareciera que este tipo de vida, estos niveles de inmoralidad y corrupción no tienen consecuencias. Eso es lo que hay en el corazón del profeta, y lo que lo mueve a expresarse de la manera en que lo hace, delante de Dios.

El libro de Habacuc es único, en el sentido de que no se trata de una serie de profecías de parte del Señor para Su pueblo, sino más bien de un diálogo, entre el Señor y Su siervo.

Un reclamo, y una respuesta impensada

En 1:2-4, escuchamos el reclamo de Habacuc a Dios. Por largo tiempo él ha orado y clamado al Señor por justicia y siente que Dios no le ha contestado. Ver los niveles de corrupción e inmoralidad, sin castigo, hace que Habacuc dude acerca de si realmente hay justicia. “En medio de la corrupción espiritual interna de Israel y de la presión política externa, el profeta comienza a dudar si habrá justicia contra el mal y misericordia para los fieles”.

El profeta presenta, reverentemente, esta queja delante del Señor. Y el Señor le responde. (1:5-11)

El Señor entonces le hace saber que Él ha visto la maldad de su pueblo, y que ha escogido un instrumento de corrección. Él ha elegido a un pueblo, para que Judá reciba el castigo por su corrupción e inmoralidad. Dios no está ciego, Él ha visto, y rechazado, la injusticia que impera en Judá. Y por esa causa va a hacer algo que nadie espera. Él ha elegido a los caldeos, un pueblo Babilonio, como instrumento de Su justicia. Asiria y Egipto, que han dominado la región, serán impensablemente vencidos. Y esta nación que se levanta será instrumento de Dios. Ellos creen, y confían en que la causa de su éxito son sus dioses, y su poderío militar, pero es el Señor, Dios de Israel, el que los levanta para que le sirvan como instrumento de corrección a su pueblo.

Un nuevo reclamo

La respuesta del Señor, sin embargo, genera en Habacuc más dudas y cuestionamientos. ¿Cómo es posible que un Dios Santo, que no tolera la maldad, use como instrumento a una nación aún más cruel e idólatra que Judá?

Aunque reconoce la santidad y misericordia de Dios, y confía en lo que Dios va a hacer (1:12), Habacuc está confundido.

Pareciera que los caldeos, un pueblo idólatra, cruel y opresor, son premiados por su maldad. ¿Cómo es posible que Dios permita eso?

Y el Señor le responde.

Él ha visto, y conoce, el pecado de los caldeos. Y ellos también recibirán justicia y castigo. Dios juzgará, y castigará a las naciones por su maldad. La obra de los malos no quedará impune, las injusticias recibirán justicia. Los oprimidos verán su liberación. Dios hará eso.

El pecado de los caldeos se resume en cinco “ayes”, que son una muestra de la maldad de las naciones, que Dios conoce, y juzgará:

“Ay del que oprime financieramente (2:6), ay del que obtiene ganancias ilícitas (2:9), ay del que funda una ciudad con sangre (2:12), ay del que embriaga y deshonra a su prójimo (2:15) y ay del idólatra (2:19).”

Las naciones confían en sus dioses, y en sus propias fuerzas, y eso mismo es su condena.

Pero el justo por su fe vivirá. El justo tiene puesta su confianza en Dios, y puede descansar en el hecho de que Nuestro Dios es un Dios Soberano. Nada, absolutamente nada, sucede fuera de Su voluntad. Los planes del Señor son perfectos, y serán cumplidos, porque todo está en Su mano. Esa es nuestra esperanza, esa es nuestra seguridad. Esa es nuestra fe, por la cual vivimos.

Una oración final de esperanza y confianza

Habacuc conoce ahora lo que ha de acontecer, pero este encuentro con Dios no solo le ha dado conocimiento de lo que Dios hará, sino también de quien Dios es.

El capítulo 3 de su libro es una oración (y un cántico) que reconoce el poder de Dios. Una oración que pide al Señor que en la ira se acuerde de su compasión.

La oración de Habacuc desborda de maravilla por la gloria y el poder de Dios, que se manifiestan en una confianza firme en que toda la maldad de los hombres será juzgada, pero nosotros vivimos por fe. Confiando en quien Dios es, lo que ha hecho y lo que hará.

Algunas cosas para pensar

La maldad y la injusticia serán juzgadas por el Señor. Ningún pecado, de ningún hombre, quedará sin castigo. Recordemos esto cuando nos angustie la maldad de nuestro tiempo.

Nuestro pecado, y nuestra maldad, ya han sido juzgados, y han recibido el castigo (hay Uno que sufrió y murió por nuestra maldad y es el que resucitó, venciendo en la cruz).

Dios es Soberano. Nada sucede en esta tierra fuera de su voluntad. Nada. Ni la maldad de los gobernantes, ni la decadencia e inmoralidad, ni las injusticias, ni las angustias y sufrimientos son sin un propósito. Incluso el sufrimiento nos acerca a Dios (2 Corintios 4:17). Dios está en control, descansa en eso.

Aunque a veces no entendamos las circunstancias, podemos confiar en que Dios es nuestro gozo, nuestra fuerza, nuestro mayor tesoro. Es la fe, esa fe que confía absoluta y plenamente en quien es Dios, en Su sabiduría y Su amor, la fe por la cual vivimos y podemos decir:

“Aunque la higuera no eche brotes, ni haya fruto en las viñas; aunque falte el producto del olivo, y los campos no produzcan alimento; aunque falten las ovejas del aprisco, y no haya vacas en los establos, con todo yo me alegraré en el Señor, me regocijaré en el Dios de mi salvación. El Señor Dios es mi fortaleza; Él ha hecho mis pies como los de las ciervas, y por las alturas me hace caminar.”  (Habacuc 3:17-19)

“He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último. Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad. Mas los perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira. Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente. El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús.” (Apocalipsis 22:12-15,17,20)

General Pinto, 8 de septiembre de 2019

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