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El impacto de una madre
Déjenme contarles un par de situaciones que nos sirvan como punto de partida para reflexionar acerca de lo que significa e implica la maternidad. Cada una de estas situaciones me ayudan a mí, y espero que a ustedes también, a reflexionar acerca de lo que significa e implica la maternidad.
La primera de ellas tiene que ver con unos jovencitos que conozco, que en los últimos días estuvieron haciendo cosas que no son convenientes, y que demuestran que no están viviendo de una manera sana. Recorrieron la ciudad y ocasionaron molestias y destrozos en algunos lugares. Los conozco, y sentí mucha pena al saber esto, y no pude dejar de pensar que la causa de su comportamiento es, como una señal de la inclinación al mal que todos tenemos, el hecho de que sus familias no sean familias donde las cosas estén en orden.
Papás y Mamás ausentes. Esto lo he visto cientos de veces a lo largo de mi carrera docente. Un papá o mamá ausente afecta de gran manera la vida de un niño. A veces, la ausencia se produce por una tragedia, y eso es inevitable, pero cuando es por la simple desidia y egoísmo de esos padres puede ser muy destructivo…
El contraste con esta situación lo podemos encontrar en La Escritura, cuando vemos a Ana, esposa de un hombre llamado Elcaná, quien derramó su corazón delante del Señor, en oración, rogándole que le concediera ser madre. Ana fue la madre del profeta Samuel, uno de los más grandes del Antiguo Testamento.
Leemos acerca de ella en 1 Samuel 1:1-17
También me gustaría mencionar a una mujer llamada Loida, quien transmitió la fe en el Señor a su hija Eunice, y aunque ella se casó con un gentil no creyente, entre ambas criaron a un pequeño niño, y le enseñaron a temer al Señor. Este muchacho, llamado Timoteo, sería un discípulo de Cristo, gracias al amor y paciencia de su abuela y su madre, sería un pastor fiel, discípulo del apóstol Pablo. (2 Timoteo 1:5)
Y seguramente has escuchado hablar de un hombre, un teólogo muy influyente, llamado Agustín de Hipona. Él fue un seguidor apasionado de Cristo y escribió grandes obras teológicas y predicó el evangelio con denuedo allá por el año 400. Lo que quizás también sepas es que en su juventud, Agustín no se caracterizó por su fe y su piedad, sino todo lo contrario. Su padre, Patricio, no era creyente, y él tampoco. Perdido durante mucho tiempo, un día fue alumbrado por la luz del Evangelio, y también su padre. Todo eso, como resultado de la fe de su madre, Mónica, quien por muchos años reflejó el evangelio a su esposo y su hijo, quien durante muchos años oró y oró por la salvación de los suyos. Y el Señor le concedió sus oraciones, y no solo eso, sino que usó a Agustín como una lumbrera de la fe, en esos días y hasta hoy. El propio Agustín, en sus “Confesiones” dice:
“Mi madre, tu sierva fiel, lloró por mí más de lo que suelen todas las madres llorar los funerales corpóreos de sus hijos. Ella lloraba por mi muerte espiritual con la fe que tú le habías dado y tú escuchaste su clamor.”
Si hay algo que no debemos olvidar nunca es que la maternidad no es algo intrascendente. Así como la ausencia de una madre tiene una influencia muy grande en la vida de un hijo, la presencia de una madre es también de una importancia que no debemos desestimar. La maternidad es un tema del que tenemos que seguir hablando, y es un tema del que la Biblia tiene mucho que decir.
Lo que el mundo piensa, dice y enseña…(que la maternidad es un estorbo)
Hace años, cuando la cultura occidental tenía una fuerte influencia de los valores cristianos, la maternidad era deseable, y hasta era un mandato. Casi todas las mujeres querían ser mamás, y quien, por ejemplo, no pudiera físicamente serlo, experimentaba gran angustia por eso.
Esto ha cambiado en nuestros días, y mucho. Porque la sociedad de nuestros días ha cambiado los valores por los que se rige. Las cosas detrás de las cuáles los seres humanos corren en nuestros días no son las mismas que persiguieron nuestros padres, o nuestros abuelos.
¿Qué es lo que la cultura actual piensa y sostiene acerca de lo que significa ser madres…
La escritora Karla Fernández, lo expresó así en un artículo llamado “Maternidad y el evangelio”
“El mundo grita que la maternidad es un estorbo para la realización de las mujeres, un freno para llegar a la plenitud de sus vidas; pero también nos dice que no debemos olvidarnos de nuestra propia vida mientras que nuestros hijos crecen, porque cuando seamos viejas y ellos vuelen, nos quedaremos solas y habremos perdido tiempo valioso por causa de ellos.” 1
La maternidad es un estorbo porque no te permite desarrollarte profesionalmente… si quieres ser madre, debes renunciar a estudiar o a poder hacer lo que realmente “te gusta” y te hace sentir “realizada”. Los hijos son un obstáculo para el crecimiento personal, porque impiden hacer muchas cosas. La conclusión de este pensamiento es que parece bastante obvio que si una mujer sacrifica eso por ser madre no es admirable en ningún sentido, sino más bien digna de lástima. “Pobrecita, es mamá”
La maternidad es un estorbo porque afecta tu cuerpo y tu salud… En un mundo donde el cuerpo es objeto de culto, donde el esfuerzo está centrado en tener buena figura, en retrasar los signos del paso del tiempo, el embarazo es algo indeseable. Subís de peso, tu cuerpo cambia, hay dolores, hasta tu salud puede verse afectada. Y entonces, la conclusión obvia es que la maternidad no vale la pena tanto riesgo. De ahí que algunas, las que se pueden permitir pagarlo, hasta hacen que otras mujeres lleven a sus hijos en el vientre. Y no hablo de quienes tienen impedimentos de salud, sino de simple intención de tener un hijo pero sin las molestias de un embarazo. Y ni hablar del esfuerzo físico que significa amamantar, levantarse en medio de la noche, andar detrás de un niño que recién comienza a caminar. No, sin dudas, ¿quién en su sano juicio haría eso?
La maternidad es un estorbo porque te roba tiempo para vos misma… Si hay una frase que he escuchado innumerables veces es “ni al baño puedo ir sola”. Los hijos demandan tiempo.
Si lo importante es disponer de tiempo para ir de “shopping”, para ir a pilates, yoga o gimnasia, hacer ciclismo, ir a un taller de cerámica o de pintura, mirar las series en Netflix de las que todo el mundo está hablando, leer los últimos bestsellers, etcétera, etcétera. Entonces los hijos son un estorbo.
La maternidad es un estorbo porque convierte tu vida en insignificante, rutinaria e invisible… Si todo lo que vale está en otro lado, pero no en el hogar. Si los hijos no son algo deseable para las mujeres que quieren encontrar verdadero valor y sentido en sus vidas, ser mamá es para las que en realidad no son “tan” mujeres. Es para las que no ambicionan nada, para las que no sueñan nada, para las conformistas, las sumisas, las que tienen visión corta y limitada.
La mujer que no desea nada, que no puede hacer otra cosa, se queda en la casa y es mamá. La maternidad, según nuestro mundo, hasta debería ser la última opción en la vida de una mujer. ¿Quién desearía desperdiciar su vida esclavizándose así?
Así piensa nuestro mundo, y así nos predica. El lema de nuestros días es primero yo, luego yo, y por último yo. Por eso no debemos asombrarnos porque haya cada vez menos matrimonios y menos familias. No es sorprendente tampoco que, cada vez más, haya parejas que decidan no tener hijos para así poder invertir su tiempo y su dinero en viajes, en lujos, en placeres. Y no es sorprendente tampoco que una mujer, al quedar embarazada, ponga su derecho a todas estas cosas por encima de la sagrada vida humana y dé muerte a un inocente, abortando.
Lo que el evangelio nos muestra… (que la maternidad es una bendición)
Pero el evangelio…. ¡Oh qué precioso es el evangelio! El evangelio redime la maternidad y describe el ser madre como una bendición.
Porque Dios formó, en el principio, familias, siempre familias. Porque Su pueblo es una familia. Porque Él mismo se compara a sí mismo con una madre cuando dice que nos engendró. No, la maternidad no es un estorbo, la maternidad es una bendición
La maternidad es una bendición porque se trata de amar… La Biblia nos enseña que Dios ama, porque Dios es amor. Un hogar cristiano, con una madre piadosa, es un hogar donde el amor se practica en cada gesto, en cada conflicto, en cada desayuno, cada noche en vela junto a un enfermo, en cada disfraz para actos escolares, en cada pelea entre hermanos…
Las madres cristianas aprenden a amar a sus hijos, junto a sus hijos, y modelan el amor de Dios en su hogar. Las madres son, muchas veces, el primer acercamiento al amor de Dios que tenemos.
La maternidad es una bendición porque se trata de hacer discípulos… Las madres creyentes tienen la oportunidad única y magnífica de cumplir el mandamiento del Señor: “prediquen el evangelio y hagan discípulos”. Así como Timoteo aprendió a amar, temer y obedecer al Señor de la mano de su abuela y su madre, las mamás tienen la maravillosa oportunidad de discipular a sus hijos, enseñándoles La Palabra de Dios en cada situación, por cotidiana que parezca.
Madre, tienes la oportunidad de compartir el evangelio todos los días con tus niños. La oportunidad de hablarles acerca de quién es Dios, cuánto nos ha amado, tienes la oportunidad de hacerles ver su necesidad de Cristo cada vez que su pecado (y el tuyo) salen a la luz.
Ante cada situación que se suscita en el hogar, tienes la oportunidad de llevarlos a la cruz.
“Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas.” (Deuteronomio 6:4–9, RVR60)
La maternidad es una bendición porque se trata de imitar a Cristo… Jesús nos enseñó que la expresión más vívida del evangelio es estar dispuesto a vivir sirviendo y amando a los demás. Él mismo se dió en sacrificio por nosotros. Él evangelio es un llamado a no vivir con la mirada puesta en nuestros ombligos. Por el contrario, el amor que el evangelio forma en nosotros es un amor que “no busca lo suyo” (1 Corintios 13:5)
Es un amor que hace que “ninguno busque su propio bien, sino el del otro.” (1 Corintios 10:24, RVR60)
Como dijo el Señor a sus discípulos “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará.” (Mateo 16:24–25, RVR60)
La maternidad tiene mucho de eso. Aparentemente pierdes, pero ganas, aparentemente mueres, pero vives, y haces vivir…
La maternidad es una bendición porque refleja a Dios y su gloria… Dios, nuestro Dios es un Dios que crea, un Dios que da vida, un Dios que se complace en hacerlo. Y si hay una bendición que toda madre tiene es la de que Dios la haga parte de ese milagro. Mujer, en tu vientre sucede el milagro precioso de que se origine la vida. ¿Podría haber algo más sublime?
Durante el proceso de embarazo de mis dos hijas fui aprendiendo acerca de cómo es el milagro de la vida. Es realmente maravilloso saber con qué perfección hizo el Señor cada cosa, cada detalle. Y a Él le ha complacido involucrar a las madres en ese sorprendente proceso
La maternidad es una bendición porque es un llamado de Dios… El Señor ha dispuesto, en su sabiduría, honrar a las mujeres con la capacidad de llevar vida en sus vientres.
Los hijos que el Señor nos da son fruto de su bendición:
“He aquí, herencia de Jehová son los hijos; Cosa de estima el fruto del vientre.” (Salmo 127:3, RVR60)
Dios llama a la paternidad:
“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.” (Génesis 1:27–28, RVR60)
“Y llamó Adán el nombre de su mujer, Eva, por cuanto ella era madre de todos los vivientes. Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió.” (Génesis 3:20–21, RVR60)
Sobran los ejemplos en La Escritura acerca de cómo Dios cumple sus promesas y bendice a los hombres a partir de una mujer dispuesta a cumplir su voluntad
“Dijo también Dios a Abraham: A Sarai tu mujer no la llamarás Sarai, mas Sara será su nombre. Y la bendeciré, y también te daré de ella hijo; sí, la bendeciré, y vendrá a ser madre de naciones; reyes de pueblos vendrán de ella.” (Génesis 17:15–16, RVR60)
Hasta Dios, en el advenimiento de su Hijo, involucró primeramente a María
“Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia.” (Lucas 1:38, RVR60)
Si hay algo que debemos recordar es que Dios ha bendecido a las mujeres dándoles el privilegio de ser madres. Una bendición para ellas mismas, una bendición para sus hijos y una bendición para nosotros, compañeros suyos en la hermosa tarea de ser padres.
Honra a tu madre…
Cuando consideramos y reflexionamos en estas cosas cobra un mayor sentido el mandamiento del Señor:
“Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da.” (Éxodo 20:12, RVR60)
Mujer, si eres madre, no tengas en poco tu maternidad. Dios está haciendo grandes cosas a través tuyo. El Reino de Dios está siendo edificado en tu hogar. Dios está siendo glorificado en tu maternidad. En tus luchas, en tus oraciones, en tus angustias y frustraciones el evangelio está siendo reflejado.
Hijos e hijas, honremos a nuestras madres. Dios se complace en esto, Dios bendice esto. Da gracias a Dios si tienes una madre piadosa que te ama, que se preocupa por vos, si derrama lágrimas delante de Dios por el bien de tu alma.
Hombres, honremos y reconozcamos la labor de nuestras esposas. Qué ellas conozcan el alto valor de lo que hacen depende, en parte, de cómo nosotros las honremos. Demos gracias si nuestras mujeres son mujeres piadosas, que buscan del Señor sabiduría para edificar sus casas.
Gracias a Dios por cada una de ustedes!
1.- “Maternidad y el evangelio”, Karla de Fernández