“Entonces entenderás el temor de Jehová, Y hallarás el conocimiento de Dios. Porque Jehová da la sabiduría, Y de su boca viene el conocimiento y la inteligencia. El provee de sana sabiduría a los rectos; Es escudo a los que caminan rectamente. Es el que guarda las veredas del juicio, Y preserva el camino de sus santos.” (Proverbios 2:5–8, RVR60)
El pasaje que les comparto hoy retoma el último versículo que vimos en nuestra lectura anterior.
Si buscamos la sabiduría, si buscamos a Dios, entenderemos el temor de Jehová y conoceremos a Dios.
¿No es esto precioso?
¿Cómo es que la sabiduría y el conocer a Dios se conectan? Hemos hablado de esto. Recordémoslo siempre, “el temor de Jehová es el principio de la sabiduría”. Con esto La Biblia nos enseña que el inicio y fundamento de la sabiduría verdadera residen en “temer al Señor”. Lo que entendemos en el principio del pasaje de hoy es que Dios es la fuente de la sabiduría, el origen.
Jehová da la sabiduría… de su boca viene el conocimiento y la inteligencia. Si nuestra sabiduría no viene de Dios, no es verdadera sabiduría. El hombre puede llegar a conocer muchas cosas, Dios así lo ha permitido, pero cuando deja de lado a Dios, o lo ignora, todo su conocimiento se vuelve causa de orgullo, vanidad y conflicto. Santiago reconoce esto, él nos dice que debemos, en primer lugar, pedir sabiduría a Dios, y luego nos dice que hay dos tipos de sabiduría, una que viene del cielo, y una terrenal, a la que él describe como terrenal, animal y diabólica (Santiago 1:5-7, 3:13-18). Ciertamente, cuando el hombre deja de entenderse a sí mismo como una criatura de Dios, pierde el conocimiento de su esencia.
No hay otra manera de que nosotros recibamos sabiduría sino a través de conocer a Dios. Conocerlo en un sentido personal y profundo.
Escudo, guarda, preserva… El autor de Proverbios nos dice, de tres maneras distintas, más o menos lo mismo. Dios es nuestro escudo, Dios nos guarda, Dios nos preserva. Aquellos que hemos creído en Jesús confiamos en Dios. Sabemos que Él cuida de nosotros ciertamente. En todo tiempo, pero especialmente en medio de las dificultades, experimentamos la seguridad de saber que Dios está con nosotros.
Sin dudas, cualquiera que conoce al Señor puede mirar hacia atrás y darse cuenta de que Él lo ha guardado o cuidado en determinada circunstancia. Él ha puesto su mano sobre nuestras vidas para cuidarnos.
¿Significa esto que nada malo puede suceder a un creyente? Pues no. Los creyentes también sufrimos las consecuencias de vivir en un mundo atravesado por el pecado. Sin embargo, esto sabemos: Dios está con nosotros en medio de nuestro sufrimiento, de nuestro dolor, de nuestras tragedias. Él puede usar incluso los eventos más terribles para nuestro bien, Él puede transformar el dolor más profundo.
Siempre me gusta pensarlo de esta manera. Los cristianos no somos ingenuos, no ignoramos lo doloroso, no actuamos como si no sucediera. Pero en medio de todo, recordamos su amor, su gracia y sabemos que Él está cuidando de nosotros. Cuidar no siempre implica evitar que tengamos problemas.
La bendición más grande a la que nosotros podemos aspirar es Dios mismo. Conocerle, amarle, ser sus hijos.
La bendición más grande… Volvamos al principio del pasaje. ¿Cuál es la bendición más grande que podríamos los hombres imaginar? ¿Qué Dios nos dé todo lo que deseamos? ¿Que Dios nos ahorre todo el dolor y sufrimiento? Pues no, la bendición más grande a la que nosotros podemos aspirar es Dios mismo. Conocerle, amarle, ser sus hijos. Esto es posible, por medio de Cristo. De eso se trata el evangelio.
Conocer a Dios es caminar con Dios, es tenerlo presente en todas nuestras decisiones, en todas nuestras circunstancias.
Conocer a Dios es caminar con Dios, es tenerlo presente en todas nuestras decisiones, en todas nuestras circunstancias. Conocer a Dios es buscar su gloria en cada paso que damos, es confiar en Él al saber que eso es lo mejor para nosotros, incluso si en principio parece algo que pueda perjudicarnos. Conocer a Dios es confiar en Él en medio de las tormentas, de las sombras.
Conocer a Dios, caminar con Dios, es, en conclusión, vivir sabiamente…