¿Y por qué me llamáis: «Señor, Señor», y no hacéis lo que yo digo? Todo el que viene a mí y oye mis palabras y las pone en práctica, os mostraré a quién es semejante: es semejante a un hombre que al edificar una casa, cavó hondo y echó cimiento sobre la roca; y cuando vino una inundación, el torrente dio con fuerza contra aquella casa, pero no pudo moverla porque había sido bien construida. Pero el que ha oído y no ha hecho nada, es semejante a un hombre que edificó una casa sobre tierra, sin echar cimiento; y el torrente dio con fuerza contra ella y al instante se desplomó, y fue grande la ruina de aquella casa.
A modo de introducción…
Seguramente has leído muchas veces este pasaje, y la enseñanza básica de las palabras del Señor son relativamente simples de entender. Podríamos sintetizar lo que leemos en estos versículos simplemente diciendo que aquel que oye la palabra del Señor y no la pone en práctica tendrá dificultades y no podrá estar firme en medio de ellas, mientras que aquel que escucha al Señor y lo obedece podrá estar firme aún en medio de los problemas. Una enseñanza sencilla y profunda a la vez, y que puede animarnos a estar firmes en la fe del Hijo de Dios.
Profundicemos (y contextualicemos)…
Ahora bien, este pasaje obtiene una relevancia mayor al leerlo en el contexto de lo que Jesús viene diciendo y quizás podamos encontrar algo más para enriquecernos espiritualmente.
Todo el pasaje comienza en el verso 12, donde se nos relata acerca de la elección de 12 de sus discípulos a quienes llama apóstoles y luego de ello, desciende Jesús a un lugar llano y comienza a hablar a todos sus discípulos y a los que habían acudido aquejados por una enfermedad o atormentados por algún espíritu maligno.
El comienzo de su discurso es lo que ha sido llamado “Las Bienaventuranzas”, en el cual Jesús corrige el sentido de plenitud y felicidad de la humanidad, redirigiéndonos hacia Él, haciéndonos entender que sólo en Él tenemos los hombres propósito para nuestras vidas.
Luego nos habla de amar a nuestros enemigos, de tratar a los demás como queremos ser tratados, de ser misericordiosos, de no juzgar, nos habla de algo más que de moralidad, nos habla de reflejarle a Él, reflejar su amor y su misericordia.
Luego en el verso 43 nos explica que así como un buen árbol es conocido porque da buenos frutos, así el hombre, tanto el bueno, como el malo, será conocido por sus frutos, es decir por sus acciones y actitudes.
Y ahí, luego de enseñar todas estas cosas el Señor relata la parábola de los dos cimientos.
Visto así, el pasaje cobra un sentido más amplio, más rico.
Al nudo de la cuestión…
Indudablemente el Señor está hablando de dos tipos de personas, por un lado aquellas que lo escuchan pero no le obedecen sino que prefieren seguir sus propios caminos y criterios, lo que inevitablemente los llevará a la ruina. Y el contraste son aquellos que vienen a Él, lo escuchan y lo obedecen, y por eso pueden estar firmes en medio de las tormentas.
Hay dos enseñanzas que considero podemos analizar entonces en este pasaje y que están profundamente relacionadas. Si bien solemos leer en las lluvias y vientos una metáfora de los problemas de la vida, lo cual es correcto, estimo, el Señor está también hablando del Día Final, cuando Él vuelva por los suyos.
¿Quién estará firme en aquel día? Sólo aquel que ha construido su casa sobre la Roca, aquel que ha vivido una vida de obediencia a la Palabra del Señor, aquel de cuya vida Cristo haya sido el Señor y Su Palabra la guía.
Este pasaje nos describe al hombre sabio como aquel que viene a Jesús, oye sus palabras y las obedece.
Este pasaje debe hacernos ver la importancia de no solo tener una Sana Doctrina, sino también una Sana Práctica. El Evangelio se aprende para ser vivido, el Evangelio es Cristo dándonos la manera de poder expresar Su amor y Su misericordia a nuestro prójimo.
Conocemos y vemos a diario pastores, y últimamente muchos nuevos supuestos apóstoles y profetas cuyas enseñanzas son francamente anti bíblicas y que tienen como principal objetivo enriquecerse ellos mismos aprovechándose de quienes no tienen el conocimiento de La Palabra de Dios e ingenuamente los escuchan. Ahora bien, aun cuando debo confesar que no sé tanto de las Escrituras como debiera después de tantos años, creo estar bastante advertido para reconocer a estos personajes y huir de ellos.
Damos gracias al Señor porque en nuestra congregación tenemos la oportunidad de aprender la Palabra del Señor y tenemos a nuestra disposición, a través de Internet la posibilidad de escuchar y leer a muchos maestros de la Biblia que son humanos, y pueden equivocarse, pero que realmente buscan transmitir con fidelidad el mensaje de Cristo.
Ahora bien, resuena en mi mente el último verbo del verso 47… “y las hace”.
La Sana Doctrina es sana, es viva cuando la vivimos. Cuando creer en las cosas correctas nos lleva a vivir una vida de obediencia. La doctrina es sana si nos ayuda a reflejar a Cristo.
No hay cristianismo sin conocer que Jesucristo es el Hijo de Dios hecho carne, que murió en nuestro lugar, sin reconocer que por nuestro pecado estábamos separados de Dios y la sangre de Cristo nos limpia del pecado y que debemos arrepentirnos y creer en Jesús. Pero tampoco hay cristianismo sin amor y compasión hacia nuestro prójimo. Tampoco hay cristianismo si el amor de Jesús no se traduce en amor incluso hacia aquellos que nos lastiman y desprecian. No hay cristianismo si nos consideramos mejores que los demás y juzgamos a todos, olvidándonos de nuestro propia pecaminosidad.
Cómo dice Santiago: La fe sin obras es una fe muerta (Santiago 2:17-18). La fe cristiana es una fe que obedece, una fe que se manifiesta amando.
Un día el Señor vendrá, y pondrá a sus ovejas de un lado y las cabras del otro y entonces no serán relevantes nuestra denominación, nuestra escatología, o cómo entendimos un pasaje difícil de La Biblia sino si hemos sido verdaderos discípulos de Cristo haciendo carne sus enseñanzas en nuestras vidas.
¿Salvan las obras? Sabemos que no, pero también el Señor nos enseña que desde antemano Él las preparó para nosotros.
Y veamos de qué estaba hablando Jesús justo antes del pasaje que leímos: de gozarnos en Él, porque Él es nuestro tesoro y nuestro galardón, de amar, al necesitado, al oprimido, incluso a nuestro enemigo, nos habla de ser misericordiosos, porque hemos recibido tamaña misericordia.
Eso, precisamente eso, es construir sobre la Roca…
Todo aquel que viene a mí, y oye mis palabras, y las hace…
Señor, ayúdanos a recibir Tu Palabra con amor en nuestros corazones, y a hacerlas carne en nuestras vidas. Ayúdanos a reflejar tu amor y misericordia. Que no seamos como el hombre necio sino ayúdanos a construir sobre vos, que sos nuestra Roca Eterna. Que Tu Voz conmueva nuestro interior y nos haga amar incluso a quienes nos aborrecen. Que conocer tu Evangelio nos lleve a vivirlo. Que te reflejemos Oh Señor, a través de lo que decimos y proclamamos con nuestras bocas y nuestras actitudes. Ten misericordia de nosotros y sigue moldeándonos a la imagen de Tu Hijo.