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La insensatez y la torpeza de apartarnos del evangelio

#El colmo de la insensatez

Imagina esta escena. Un marinero ha caído de un barco. En medio del Oceáno Atlántico. La costa más cercana está a miles de kilómetros. El hombre es un marinero. Conoce el mar. Conoce los riesgos a los que está expuesto. Sus compañeros van a arrojarle un salvavidas y van a bajar a rescatarlo. ¿Su respuesta? El hombre dice que no precisa ayuda, que él sabe nadar, que sigan viaje que él se las va a arreglar para encontrar otro barco o nadar hasta la costa. ¿Qué pensarías de ese hombre?
Podríamos pensar en varios calificativos para él, pero sin dudas no lo llamaríamos sabio. Es un necio, un torpe y se está condenando a sí mismo a morir ahogado.
¿Cómo reaccionarían sus compañeros? ¿Lo dejarían? ¿Le desearían suerte y seguirían camino?
El pasaje de hoy es algo similar a decirle, a ese hombre flotando en el océano, que está loco si piensa que va a sobrevivir por sus propios medios, y lo que precisa desesperadamente es tomar el salvavidas y dejarse rescatar.

“¡Oh gálatas insensatos! ¿quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado? Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe? ¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne? ¿Tantas cosas habéis padecido en vano? si es que realmente fue en vano. Aquel, pues, que os suministra el Espíritu, y hace maravillas entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley, o por el oír con fe?”

En el pasaje de hoy veremos que, si hemos escuchado y creído en el evangelio de Jesucristo no hay mayor necedad y torpeza que apartar nuestros ojos de Cristo, olvidar que Él es quién nos rescató y nos dió vida por Su Espíritu, olvidar que la vida cristiana es una vida en dependencia de ese mismo Espíritu que nos dio vida, olvidar que Él es el que nos sostiene en toda circunstancia y que la esencia del discipulado cristiano es la fe puesta en Jesús como único requisito para nuestra justificación.
Olvidar el evangelio y buscar otros caminos es una torpeza y es darle la espalda al Dios que dio a Su Hijo por nosotros.
Comencemos a observar el pasaje de hoy.

#La insensatez y la torpeza de apartar nuestros ojos de Cristo

¡Oh gálatas insensatos! ¿quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado?

No obedecer a la verdad…
¿Cuándo es que un creyente no está obedeciendo a la verdad? No se trata simplemente de cuando un creyente falla, cuando comete alguna falta, fruto del remanente de pecado dentro de él. No obedecer a la verdad es quitar nuestros ojos de Cristo, cuando nuestro caminar no refleja que nuestra fe está puesta en el evangelio de Cristo.
Si hemos creído en el mensaje del Señor, hemos recibido la preciosa verdad de que el evangelio se trata acerca de Jesús, de quién es Él y lo que Él hizo en la cruz por nosotros.
Pablo le dijo a los corintios que
“Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado.” (1 Corintios 2:2)
La esencia del evangelio es Cristo, eso es lo que necesitamos conocer y atesorar en nuestros corazones. El evangelio implica encontrar todas nuestras necesidades satisfechas en el Cristo Crucificado. En palabras de Cristo:
“Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” (Mateo 6:33)
La verdad esencial del evangelio es que la única solución para el problema del hombre se halla exclusiva y necesariamente en lo que Jesús es (El perfecto Cordero de Dios) y en lo que Jesús hizo (darse a sí mismo en sacrificio por nosotros en una cruz).
Si Cristo ha sido presentado claramente ante nosotros como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, ¿A dónde más podríamos mirar?

Insensatos y fascinados
Si luego de conocer la gracia de Dios revelada en el evangelio, nuestros ojos se apartan de Cristo, y pensáramos que hay algo que agregar a su cruz, no podríamos ser llamados de otra manera que insensatos.
El término que se usa es anoetoi (ἀνόητοι) que puede traducirse como necio o insensato. En este mismo pasaje se traduce la primera vez como insensatos y luego como necios.
El insensato o el necio no es el simple, el que no tiene conocimiento o discernimiento sino el que no quiere entender, el que pareciera querer ignorar la verdad a propósito. El que se empecina en el error, el que no está dispuesto a escuchar.
El apóstol Pedro se refirió a una actitud similar a esa:
“Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado. Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno.” (2 Pedro 2:20–22)
¿Hay una actitud más incomprensible y necia que la de apartarnos del evangelio de Cristo para seguir ilusiones vanas y enseñanzas de hombres?
Esa es la causa por la que leemos la pregunta de Pablo, ¿quién los fascinó?. Dice, respecto a esto el pastor John Stott:
“Mucha de nuestra estupidez cristiana en cuanto a captar y aplicar el evangelio puede tener que ver con los hechizos del diablo.”
Como dijo el teólogo Mathew Henry:
¡Ay, que los hombres se desvíen de la doctrina de Cristo crucificado, de importancia absoluta, para oír distinciones inútiles, pura prédica moral o locas imaginaciones! El dios de este mundo ha cegado el entendimiento de los hombres por diversos hombres y medios, para que aprendan a no confiar en el Salvador crucificado.
Si eres un ser humano eres un pecador, si eres un pecador necesitas el perdón de Dios, si necesitas el perdón de Dios necesitas a Cristo. Porque el único camino a la justificación es estar en Cristo.
“El evangelio no consiste en buenos consejos para la humanidad, sino en las buenas noticias acerca de Cristo; no es una invitación para que hagamos alguna cosa, sino una declaración de lo que el Señor ha hecho; no es un pedido, sino una oferta”

#La insensatez y la torpeza de olvidar la razón por la que fuimos redimidos

Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?

¿Cómo llegamos a ser hijos de Dios? ¿Cómo fue que recibimos el Espíritu de Dios? ¿Qué mérito tuvimos?
Ciertamente, no hay mayor insensatez que desviar nuestra mirada de Cristo. Las preguntas que Pablo hace a lo largo de este pasaje son lo que llamamos preguntas retóricas. Preguntas cuya respuesta se cae de maduro.
Así como la primera pregunta que encontramos es ¿quién los embrujó de tal manera que dejaran de mirar a Cristo y confiar en Él para buscar en otros evangelios? La que encontramos a continuación es también, más que una pregunta, una fuerte declaración, que debe funcionar como un sacudón para los que están desviando su mirada y su confianza del evangelio.
¿Cómo es que alguien llega a ser un hijo de Dios? Naciendo de nuevo por la obra del Espíritu. ¿Qué podemos hacer nosotros para que Dios nos dé su Espíritu? La respuesta es obvia. Nada, no podemos hacer nada.
Cuando el Señor se encontró con Nicodemo el fariseo, le dijo:
“El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu.” (Juan 3:8)
¿Qué nos pidió el Señor ser o hacer para darnos Su Espíritu? Nada, porque no podíamos hacer nada. Lo único que podemos hacer es quitar nuestra fe de nosotros mismos, para ponerla por completo en Cristo, el único digno de nuestra confianza y fe.
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Efesios 2:8)
Si pensamos, por algún momento, que la razón por la cual llegamos a ser hijos de Dios es por mérito propio, nos estamos olvidando de que Él nos amó cuando nosotros estábamos muertos en nuestro pecado, cuando no le buscábamos, cuando éramos rebeldes empedernidos.
Si hemos nacido de nuevo, si hemos venido de muerte a vida, no es por nada que nosotros hayamos podido hacer, sino pura y exclusivamente a causa de la gracia del Señor. Él lo hizo.
Y si Dios nos ha salvado por el puro afecto de su voluntad (Efesios 1:3-5) ¿qué mérito tenemos nosotros? ¿Qué peso tienen nuestras obras?
En el mismo instante en el que una persona nace de nuevo por la obra de regeneración del Espíritu Santo en su vida, este viene a morar en Él. ¿Cómo se produce este nuevo nacimiento? Por Cristo y su obra. El Espíritu Santo viene a morar en el creyente como un sello de que este es ahora un redimido del Señor, y es ese mismo Espíritu el que santifica al creyente.
La pregunta es obvia… ¿Por qué hemos recibido el Espíritu? ¿Por nuestra obediencia? NO, de ninguna manera, y lo sabemos bien. ¿Cómo podemos entonces poner nuestra confianza en ellas? Si hemos recibido el Espíritu al mirar a Cristo en arrepentimiento y fe, ¿cómo podríamos quitar nuestra mirada y nuestra confianza de Él?

#La insensatez y la torpeza de buscar nuestra propia justicia

¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?

¿Podemos vivir la vida cristiana por nosotros mismos? ¿Cómo vivimos la vida de la fe por el Espíritu?
Y si hemos venido a la vida por la obra del Espíritu, si hemos nacido de nuevo por el Espíritu y si hemos recibido el don de la salvación al poner nuestra fe en Cristo. ¿Buscaremos ahora otro recurso? ¿Dejaremos de confiar en lo que hemos visto que es “poderoso para salvar”? ¿Tan necios vamos a ser.
Si algo funciona de una determinada manera. Si algo ha probado ser útil y eficaz, ¿por qué rechazarlo?
Una vez más, el planteo es una pregunta. Si la manera de convertirnos en discípulos de Cristo es dejando de confiar en nosotros mismos para confiar dependientemente de Él, ¿la vida de discípulos de Cristo será totalmente lo contrario?
Si llegamos a ser hijos de Dios al creer en Cristo…
“Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.” (Juan 1:12–13)
¿Cómo es posible que ahora la vida cristiana consista, no en confiar en Cristo sino en volver a poner nuestra confianza en nuestra capacidad (que sabemos que no tenemos) de obedecer a la ley de Dios?
Tal razonamiento es una locura.
La pregunta aquí tiene que ver con cómo vivimos nuestra vida cristiana.
¿Tenemos nosotros la capacidad de salvarnos a nosotros mismos? No ¿Tenemos nosotros la capacidad de santificarnos a nosotros mismos y sostenernos en la fe? La respuesta obvia y necesaria es, una vez más, no. No podemos, por eso es una necedad pretender hacer lo que sabemos que no nos es posible. Y sin embargo muchas veces insistimos.
La vida cristiana comienza al poner nuestra fe en Cristo y consiste, hasta el final, en mantener nuestra mirada puesta en Cristo.

#La insensatez y la torpeza de olvidar quién nos sostuvo

¿Tantas cosas habéis padecido en vano? si es que realmente fue en vano.
Piensa, considera, si Cristo te ha dado vida, si Cristo te ha transformado, y ahora decides que el evangelio no es suficiente, que Cristo mismo no es suficiente, que hay que agregarle algo más. Todo es en vano.
Y si el evangelio no es suficiente, no queda otra esperanza. Si la cruz no es suficiente para limpiarnos, no hay otra alternativa.
Esta pequeña frase, esta nueva pregunta retórica, es una vez más, un desafío a que consideremos el evangelio y nos aferremos a él.
Miren hacia atrás, miren lo que Dios ha hecho en y por ustedes. El verbo que aquí se traduce padecido no tiene que ver necesariamente con sufrimiento, sino más bien con experiencia. Sabemos que Dios no es o deja de ser de acuerdo con nuestras circunstancias, pero nuestro pasado debería hacernos ver y recordar la suficiencia del evangelio.
¿Recuerdas de dónde Dios te rescató? ¿Cómo Dios te liberó de los pecados que te oprimían? ¿Recuerdas cómo Dios transformó tu vida? ¿No fue eso el fruto de poner tu confianza en Cristo? ¿Por qué buscar en otro lado?

La vida cristiana se mantiene y crece acudiendo a Jesucristo como Sumo Sacerdote celestial, como aquel que suministra ayuda, fuerzas, sabiduría, amor y santidad. Cristo seguirá haciendo maravillas entre ellos si vuelven una y otra vez a él con fe. Esto significa ir a Cristo en oración, confiando en la permanencia de la conexión que su sacrificio en la cruz ha asegurado.

#La insensatez y la torpeza de olvidar por qué Dios actúa en nosotros, y que esa es la esencia del evangelio

Aquel, pues, que os suministra el Espíritu, y hace maravillas entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley, o por el oír con fe?
¿Por qué Dios ha actuado en nuestras vidas? ¿Por qué nos aferramos a la religiosidad humana?
¿Cuál es la razón por la que Dios ha obrado en nuestras vidas? ¿De qué maravillosa manera hemos llamado su atención y lo hemos convencido de que merecíamos ser sus hijos? No, mi hermano, por el contrario. Él nos dio su Espíritu e hizo maravillas en nuestras vidas, como las maravillas que hizo entre los hermanos de Galacia. Y lo hizo así, una vez más lo decimos, no por nuestra obediencia (que no es tal) sino porque recibimos con fe el mensaje del evangelio.
Lo que el apóstol escribe no sólo se aplica a los gálatas de su época. También se aplica a todos aquellos que hoy en día confían en los rituales, la vida moral, el progreso científico, los logros intelectuales, la belleza física, los recursos económicos, el poder político, el liberalismo teológico o aun en la pureza doctrinal. Si uno basa su confianza para esta vida o la otra en cualquier cosa aparte de Cristo, uno está confiando en la carne.
Si Dios nos ha dado su Espíritu al poner nuestra fe en Cristo, ¿qué sentido tiene seguir confiando en nuestras obras? Ninguno, por el contrario, es una necedad y una torpeza.

#Aferrarse a Cristo, la única opción razonable

Cuando consideramos estas cosas debemos recordar y entender esto. El evangelio se trata de la obra de Dios en nosotros. Lo que Él hizo, lo que Él está haciendo, lo que Él hará. Nuestro desafío consiste en ser santificados al aplicar el evangelio en cada área de nuestra vida. Y cuando lo hacemos, cada vez menos pondremos nuestras expectativas en nosotros mismos para fijar nuestra mirada en el Cristo crucificado.
Creer en un evangelio que nos lleva a depender de nosotros mismos sería una necedad y una torpeza. Aferrarse a Cristo es la única opción razonable.

Creer en un evangelio que nos lleva a depender de nosotros mismos sería una necedad y una torpeza. Aferrarse a Cristo es la única opción razonable

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