¿Has leído alguna vez el libro de las Lamentaciones? En este libro del profeta Jeremías se nos brinda un ejemplo del cumplimiento de aquello que los judíos jamás pensaron que fuera posible. Jerusalén, la ciudad santa, ha caído en las manos del enemigo y ha sido destruida. La desesperación y el hambre reinan en las calles de la ciudad. El pueblo de Dios, ese pueblo que Dios libró de la cautividad de Egipto, ha desobedecido al pacto que Dios hizo con él y ha vuelto a ser cautivo, está experimentando las consecuencias de su desobediencia (Deuteronomio 28:15-68). La ciudad entera se ha vuelto un lamento angustiante (Lamentaciones 1:1-2, 1:16, 2:10-11, 5:15) y reina en todos los corazones la desolación y la desesperanza.
A lo largo del libro hay tres ideas o conceptos que imperan, y se interconectan de manera profunda.
“Dios es soberano, y justo”
Por un lado, el concepto claro de que lo que ha sucedido es el cumplimiento soberano de la Palabra del Señor (Lamentaciones 1:13-14; 2:5-6; 2:8; 2:17), y que es su justo castigo por la desobediencia del pueblo (Lamentaciones 1:18; 4:22). Por eso mismo el llamado del profeta es a aceptar el castigo del Señor (Lamentaciones 3:28-30) y a un arrepentimiento sincero (Lamentaciones 3:40-42; 5:16).
El dolor puede llevarnos de regreso a Dios
En segundo lugar, es evidente la profundidad de la angustia y el dolor que se experimenta a causa de la desolación de Israel. Jeremías no es ajeno a ese sentir (Lamentaciones 3:3-5; 3:15; 3:17; 3:48-49). Él se identifica plenamente con el dolor de Jerusalén, es “su” dolor también.
El comienzo del capítulo 3 es sencillamente abrumador en la descripción del dolor. Jeremías expresa en primera persona como su ser experimenta “la aflicción bajo el látigo de su enojo”, las “tinieblas”, el “quebranto de sus huesos” y la “pesadez de las cadenas” (Lamentaciones 3:1-7). El punto máximo de la angustia es cuando Jeremías expresa que experimenta la lejanía de Dios de una manera tan profunda que, aunque clame y dé voces, los oídos del Señor están cerrados a su oración (Lamentaciones 3:8). El profeta, y toda la nación, experimentan la enemistad de Dios, a causa de su pecado, de su infidelidad. Israel se ha convertido en el objeto de la ira de Dios (Lamentaciones 3:12).
Jeremías logra expresar en palabras la profundidad de la desazón de toda una nación, pone voz a su dolor y el dolor de su pueblo, permitiendo que de alguna manera comiencen a entender la causa del mal que les ha sobrevenido, y, sobre todo, puedan volverse a Dios en busca de misericordia y perdón (Lamentaciones 3:39-40).
Dios es misericordioso, y esa es nuestra esperanza
Finalmente, el mensaje de Jeremías es un lamento, es una aceptación de la ira y el castigo de Dios, pero es también, un mensaje de esperanza. Israel debe entender que la destrucción de Jerusalén y la cautividad en manos de los babilonios es el fruto de su desobediencia y su maldad. Y, así y todo, Dios no ha olvidado a su pueblo. Israel no ha sido desechado para siempre, así cómo la aflicción que sufren es grande y terrible, la misericordia del Señor es más grande.
Dice el profeta:
“Porque el Señor no desecha para siempre;
Antes si aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias;
Porque no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres.”
(Lamentaciones 3:31-33 RV1960)
El dolor por la destrucción de Jerusalén evidencia la necesidad de arrepentimiento, de buscar al Señor de todo corazón y poner solo en Él su confianza. El Señor es quien los ha llamado, los ha hecho su pueblo, los ha rescatado de su servidumbre en Egipto y los ha santificado para sí. ¿A quién más podrían ellos recurrir?
Esto recapacitaré en mi corazón, por lo tanto esperaré.
Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias.
Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad.
Mi porción es Jehová, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré.
Bueno es Jehová a los que en él esperan, al alma que le busca.
Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová.
(Lamentaciones 3:21-26 RV1960)
En este precioso libro el profeta reacciona a la destrucción de Jerusalén identificándose de manera total con su pueblo y su sufrimiento. Por esta causa todo el libro está escrito en primera persona (Lamentaciones 1:14). Jeremías reconoce que la catástrofe ha sobrevenido a causa del pecado de toda la nación (Lamentaciones 4:6), y que es el Señor quién está mostrando su justa ira sobre ellos (Lamentaciones 1:18, 2:17). Jeremías hace suyo el dolor de todo un pueblo que está experimentando un quebranto como nunca lo hizo (Lamentaciones 2:10-12, 3:3-5) y por todo eso, por experimentar en su propio ser lo que está sucediendo, hace un llamado a volverse a Dios de todo corazón (Lamentaciones 3:39-43 ,5:21). Un llamado a volverse a la misericordia eterna del Dios de Israel (3:56-58).
¡Cuán impresionante se vuelve la figura del profeta al hacer suyo el dolor de un pueblo que le ha dado la espalda a Dios y sus profetas y llamarlo a volverse a Jehová de todo corazón! ¡Y qué gloriosa imagen de Dios se nos muestra en este libro! ¡Un Dios que es fiel a su palabra, en su castigo al pecado, y en su misericordia! ¡Qué sea Dios, como para Jeremías, nuestra porción, nuestra esperanza y a quien miremos en busca de misericordia!