Lectura: Lucas 16:18
Todo el que repudia a su mujer, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada del marido, adultera.
En el pasaje que leímos la última vez, Jesús dejaba bien claro que su mensaje venía a cumplir la ley y no a abolirla.
El Evangelio de la gracia no es una licencia para el pecado, sino más bien recibir la capacidad de luchar contra el pecado, por la gracia de Dios en nosotros.
El Evangelio de la gracia no es una licencia para el pecado, sino más bien recibir la capacidad de luchar contra el pecado, por la gracia de Dios en nosotros.
Por esta causa, los discípulos de Jesús deben exhibir una justicia aún mayor que la de los fariseos.
Lo que Jesús enseña aquí es un ejemplo de eso. La ley permitía el divorcio, bajo ciertas circunstancias (Deuteronomio 24:1-4), pero en aquellos días, esta ordenanza de Dios, que originalmente era un marco de protección para el matrimonio, se había convertido en la excusa para divorciarse por cualquier nimiedad. Cualquier excusa era buena, en aquellos días, para menospreciar a una mujer y dejarla desamparada.
Jesús dice que cualquiera que menosprecia a su esposa, está pecando. El matrimonio es una unión que Dios establece, y que debe ser tomada seriamente. Esta afirmación de Jesús es una bofetada para los fariseos, que habían inventado mil triquiñuelas para permitir el divorcio con cualquier excusa.
Jesús aclara en otro pasaje que el adulterio es un posible causal de divorcio, por eso aquí debemos recordar que la intención es dejar bien claro que el Reino de Dios se trata de una justicia mayor que la de la religión.
El Reino de Dios no se trata de conductas exteriores sino de cambios profundos, del corazón. Si nuestro corazón ha sido cambiado, nuestra conducta también cambiará, pero aunque difícil, es posible cambiar una conducta o un hábito.
Con nuestro esfuerzo podemos transformar nuestras conductas y actitudes, pero nada podemos hacer para cambiar nuestro corazón, sino rendirlo a Cristo.
Con nuestro esfuerzo podemos transformar nuestras conductas y actitudes, pero nada podemos hacer para cambiar nuestro corazón, sino rendirlo a Cristo.
PARA PENSAR: ¿Es Cristo nuestra justicia? ¿Tenemos el concepto de justicia del Evangelio?