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Confianza, gozo y libertad

(1) Por lo demás, hermanos míos, regocijaos en el Señor. A mí no me es molesto escribiros otra vez lo mismo, y para vosotros es motivo de seguridad.

(2) Cuidaos de los perros, cuidaos de los malos obreros, cuidaos de la falsa circuncisión; (3) porque nosotros somos la verdadera circuncisión, que adoramos en el Espíritu de Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no poniendo la confianza en la carne, (4) aunque yo mismo podría confiar también en la carne. Si algún otro cree tener motivo para confiar en la carne, yo mucho más: (5) circuncidado el octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; (6) en cuanto al celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia de la ley, hallado irreprensible.

(7) Pero todo lo que para mí era ganancia, lo he estimado como pérdida por amor de Cristo. (8) Y aún más, yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor, por quien lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo, (9) y ser hallado en El, no teniendo mi propia justicia derivada de la ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios sobre la base de la fe, (10) y conocerle a Él, el poder de su resurrección y la participación en sus padecimientos, llegando a ser como El en su muerte, (11) a fin de llegar a la resurrección de entre los muertos.

Filipenses 3:1-11 (LBLA)

El porqué de la carta:

Desde la prisión, en Roma, Pablo escribe esta carta a la iglesia de los filipenses, una ciudad donde había una importante comunidad cristiana. Estos hermanos, enterados del encarcelamiento del apóstol le envían una ayuda, una ofrenda, que trae gran alegría y consuelo a Pablo.

Una  advertencia seria

La iglesia en Filipos tenía un problema, que era el mismo que tenían muchas iglesias de aquella época. Muchos judíos querían que aquellos que se convertían al cristianismo respetaran las leyes de Moisés, especialmente aquellas referidas a la circuncisión, y otros detalles como los alimentos, etc.

Pablo rechaza esto firmemente. Lo considera un ataque a la fe cristiana. Los llama perros, malos obreros, falsos circuncisos…

Ahora, ¿por qué él entonces circuncidó a Timoteo? (Hechos 16:1-3)

El problema no era un acto externo, el problema es lo que ese acto externo implica en cuanto a quién es nuestra confianza (v3).

La razón por la que la advertencia de Pablo es tan central es porque lo que estos judaizantes querían, no ayudaba a que los hermanos conocieran más a Cristo, y confiaran así más en él. Sino todo lo contrario.

Lo malo no era la circuncisión, en sí, sino esa circuncisión como una evidencia de que la confianza de ellos estaba puesta en su hacer, en su obediencia, en un acto externo.

Y Pablo sabía que no se podía confiar en eso…

Y nosotros… ¿En qué confiamos? ¿En qué hallamos seguridad y solidez?

Lo que Pablo ya había probado (y le había fallado):

Pablo quiere ayudar a los hermanos de Filipos a que su confianza esté puesta en Jesús, y no en la carne.

La vida de Pablo había comenzado en Tarso, en el seno de una familia de cierta posición. Pablo era un privilegiado, ya que en un mundo gobernado por la poderosa Roma él era poseedor de algo muy valioso, la ciudadanía romana, y como judío pertenecía al sector más judío posible, el fariseísmo.

Los ciudadanos romanos se consideraban superiores al resto de los habitantes del Imperio, y lo eran. Los judíos se consideraban privilegiados con respecto al resto de los paganos, y lo eran. Y los fariseos se pensaban a sí mismos mejores que el resto de los judíos porque cumplían estrictamente cada mínimo mandamiento de la Ley y aún más.

Todo eso era Pablo. Y en eso estaba puesta su confianza. Y eso era su jactancia. Hasta que le falló…

En la mejor edad de su vida, el discípulo de uno de los más reconocidos rabinos fariseos de su tiempo (Gamaliel) tenía un futuro prometedor. Se había convertido en uno de los más respetados y celosos creyentes al perseguir a los herejes seguidores de ese galileo despreciable que pretendía ser Dios.

Y pasó lo que pasó. En el camino a Damasco Pablo descubrió que todo eso en lo que él confiaba: su estirpe, su raza, su desempeño, su justicia, sus tradiciones, todo, absolutamente todo lo que él consideraba valioso era nada, comparado a Aquel que le decía: “Yo soy Jesús, a quién tú persigues”.

No sólo era nada, era despreciable, era basura. Y ya no quiso dar coces contra un aguijón.

Cristo: el tesoro de Pablo, de los filipenses y el nuestro.

El Evangelio nos ayuda a entender que nuestra justicia es inexistente ante la presencia de la Santidad de Dios. Pablo, con todas sus pretensiones y tradiciones quedó desnudo y ciego, ante el Evangelio. Ciego literalmente, pero también en un sentido simbólico.

¿Qué hago ahora? Si todo lo que creí y practiqué toda mi vida es nada. Si estoy a merced de aquellos a los que perseguía. ¿Qué locura es esta? Que hace que alguien que debería despreciarme y huir de mí se acerque, me abrace y ore por mí, como lo hace Ananías.

Si no puedo confiar en todo lo que he confiado toda mi vida, ¿qué hago?

Pablo había conocido el Evangelio de Dios…

El Evangelio se trata, en primer lugar, de la mala noticia de nuestro pecado.

Es acerca de la realidad de nuestra rebeldía delante de un Dios santo, justo, perfecto. Un Dios al que rechazamos. Un Dios al que le dimos la espalda.

Pero quien vino al encuentro de Pablo es Jesús. Y la mala noticia se convirtió en Buena Noticia (precisamente eso significa Evangelio).

Nuestro pecado es grande, pero la gracia de Dios en Jesús es aún mayor.

Nuestra condición espiritual era la muerte, pero Jesús venció al pecado y la muerte en la cruz, y nos dio vida.

Necesitamos ser justos, delante de un Dios Santo (y no podemos), pero Cristo nos justifica con su sangre.

Jesús cumple toda la ley, viviendo sin pecado, lo que Pablo no podía hacer, lo que nosotros no podíamos hacer, Él lo hace

Merecemos la justicia de Dios, y la muerte, por nuestro pecado, pero Jesús murió en nuestro lugar.

Y entonces entendemos que no somos suficientes, pero Cristo sí lo es.

Entendemos que no podemos hacer nada para ser amados por Dios, pero que su amor no depende de quienes somos nosotros, sino de quien Él es.

Entendemos que “solo Él tiene palabras de vida eterna”.

Y no tengo nada de que jactarme, no hay nada de valor en mí, pero me glorío en Cristo, y me regocijo en el saber que soy suyo.

Me regocijo en el saber que lo verdaderamente importante no es lo que yo hago, sino lo que Él ya hizo.

Cristo es mi tesoro… conocerle a Él, amarle, es lo más sublime.

Cristo es mi gozo… No hay plenitud mayor que estar en Él.

Cristo es mi libertad… del pecado, de la muerte, de la frustración.

Cristo es mi confianza… porque aprendo a descansar en Él, en Su obra, en su amor…

Por eso, como los Filipenses, nos regocijamos en el gozo, la libertad, la confianza y seguridad que Cristo es.

Nos regocijamos en la esperanza de saber que Él ya ha hecho lo que para nosotros es imposible.

Nos regocijamos en poder disfrutar de conocerle a Él, nuestro amoroso Salvador, nuestro tierno Señor, Jesús, el Incomparable.

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