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El Verbo se hizo carne: la maravilla de la navidad

Hoy celebramos la Navidad. Es una fiesta hermosa sin dudas. Es cierto, no sabemos a ciencia exacta la fecha en la que nació Jesús, sin embargo, sí sabemos que Él nació. Y eso es lo que celebramos. No celebramos una fecha, celebramos una persona. La persona más importante del universo. 

Lo que celebramos en este día es que Jesús, siendo Dios, se hizo hombre, se hizo siervo, y vino a nosotros. Ese es el que viene a este mundo. 

 

“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella. Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz. Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. Juan dio testimonio de él, y clamó diciendo: Este es de quien yo decía: El que viene después de mí, es antes de mí; porque era primero que yo. Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.” 

 

El que viene a este mundo: El Verbo de Dios (1-3)

En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. 

 

El niño que nace en el pesebre no es cualquier niño. Ciertamente, cada niño que nace es un milagro. La vida misma es un milagro. Pero que Jesús venga a este mundo es un milagro más allá de nuestra comprensión. 

El que viene a este mundo es el Dios Eterno… Jesús es el Verbo, y Él es desde el principio, desde antes del tiempo. Solo Dios está fuera de los límites temporales. Jesús es Dios mismo haciéndose hombre. 

¿Cómo podría la mente humana concebir eso? No hay forma en la que esta maravilla sea comprendida totalmente, pero el asomarnos a esta verdad nos deja sin palabras. 

El niño que nace en el pesebre, es Dios mismo viniendo a habitar entre nosotros, sus creaturas. 

Cuando celebramos la navidad, celebramos que Jesús, el Hijo Eterno, la segunda persona de la Santísima Trinidad, se encarnó. Él es perfectamente Dios, y Él es también perfectamente hombre. ¡Dios se hace hombre! ¡Inconcebible! ¡Asombroso! El Credo de Calcedonia lo explica de esta manera…  

 

Nosotros, entonces, fieles a los santos padres y todos de mutuo acuerdo, enseñamos a los hombres a confesar al único y mismo Hijo, a nuestro Señor Jesucristo, que es perfecto en divinidad y también perfecto en humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, con un alma racional y cuerpo; consustancial con el Padre conforme a la divinidad, y consustancial con nosotros conforme a la humanidad; semejante en todas las cosas a nosotros, pero sin pecado; engendrado desde antes de la creación por el Padre conforme a la divinidad, y en los últimos días, para nosotros y para nuestra salvación, nació de la Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad; el único y el mismo Cristo, Hijo, Señor, Unigénito, para ser reconocido en dos naturalezas, inconfundibles, inalterables indivisibles, inseparables; la distinción de naturalezas no desaparecen en absoluto por la unión, sino que quedan preservadas las propiedades de ambas naturalezas, y concurren juntas en una Persona y una Sustancia, no separadas ni divididas en dos personas, sino uno y el mismo Hijo, el Unigénito, Dios, el Verbo, el Señor Jesucristo, como lo habían declarado los profetas acerca de él desde el principio, y el mismo Señor Jesucristo nos ha enseñado, y como nos lo ha pasado a nosotros el Credo de los santos padres.

 

El que viene a este mundo es su mismísimo Creador y Sustentador… Porque el que viene a este mundo es Dios mismo, debemos recordar que sin Él este mundo no sería, no existiría. Nuestras vidas dependen absolutamente de Él. 

 

“El es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación.Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él.Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten;y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia;por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud,y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.” (Colosenses 1:15–20)

 

La pregunta es… ¿quién es este niño, envuelto en pañales, y recostado en un comedero de animales? La respuesta nos deja asombrados. El niño que vemos es Dios mismo, haciéndose hombre.

 

El que viene a este mundo: nuestra vida y nuestra luz (4-5)

En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella. 

 

Sin Dios, los hombres estamos en tinieblas, muertos, perdidos. Que Jesús naciera era absolutamente necesario para nosotros, si Él no hubiera venido a este mundo seguiríamos en completa oscuridad. Pero Él descendió, se hizo uno de nosotros, y su luz alumbró. Con su nacimiento, con su vida, con su muerte y con su resurrección Él venció por siempre los poderes de la tinieblas. 

Qué Él viniera era necesario, y así estaba predestinado. Por eso, aunque Satanás intentó por todos los medios frustrar los planes de Dios, cada uno de sus intentos no hacía sino cumplir con lo que Dios había determinado en su perfecta voluntad. 

Las tinieblas pueden prevalecer contra nosotros, pueden inundarnos, pueden atraparnos, pueden quitarnos la vida y la esperanza. Pero las tinieblas no pueden prevalecer contra Aquel que es la Luz, y si nosotros estamos en Él, nosotros también somos luz, y nosotros también. 

 

La pregunta es… ¿Qué vino a hacer Jesús? Él vino a salvar, Él vino a traer luz a un mundo de oscuridad, y nadie puede detenerlo. 

 

El que viene a este mundo: el centro del mensaje que anunciamos (6-8)

Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz. 

 

Así como Juan era consciente de que el centro de su mensaje no era él mismo, sino Jesús, así nosotros. No anunciamos en este día una fecha, sino a una persona, la persona más importante del Universo como hemos ya dicho. 

La navidad no se trata de ninguna otra cosa que no sea Jesús. A Él celebramos. Qué Él haya venido a rescatarnos, que Él nos haya amado, que Él haya vivido la vida santa y perfecta que nosotros no podemos vivir, que Él haya llevado sobre sí mismo el castigo por nuestra maldad. 

Se trata de Él. 

No necesitamos comida especial, no necesitamos regalos, no necesitamos personajes secundarios. Todas esas cosas son disfrutables, son bendiciones de Dios y damos gracias si podemos pasar este día reunidos con los que amamos. Pero nuestra necesidad central y mayor es conocer a Aquel que descendió en forma de niño, para salvarnos, para traernos luz. 

 

La pregunta es, ¿cuál es la esencia de la Navidad? La respuesta es obvia, Jesús es la esencia. Y sin embargo, debemos ser cuidadosos de mantenerlo así, de no permitir que nada más sea el centro, sino hoy, y siempre, Jesús. 

 

El que viene a este mundo: ¿lo rechazarás o lo recibirás? (9-13)

Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. 

 

Si Jesús es la persona más importante del universo, y que Él se haya hecho hombre para venir a alcanzarnos es el evento más importante de la historia, nuestra posición respecto a quién es Él, y lo que Él hizo, es vital. 

Hay dos posibles posturas ante Jesús: rechazarlo, ignorarlo o seguirlo. 

Aunque lo que sucedió en Belén es uno de los eventos centrales de la historia de la Humanidad, y los hombres no pueden ignorarlo (no en vano nuestra historia se divide en un antes y después de ese nacimiento), como no pueden entender su impacto y su significado tratan de reducirlo a otra cosa, tratan de quitar el foco de lo que realmente es central para convertir la navidad en un evento familiar, comercial, o incluso ocasión de pecar. 

Pero que Jesús viniera a este mundo abrió una puerta que estaba cerrada a los hombres. Nosotros, que éramos enemigos de Dios, extranjeros, ajenos a Él, al conocer a Jesús, al creer en Él, recibimos la posibilidad de ser hechos hijos de Dios. ¿No es asombroso? ¿Enemigos convertidos en hijos y herederos del Rey? 

Para nosotros, esto no era posible, pero nos gozamos y nos gloriamos en que Dios lo hace posible en Cristo. Dios es el que nos da la oportunidad y la capacidad de ser hijos suyos, al mirar a Cristo. 

 

La pregunta es… ¿Qué hacemos con el que viene a este mundo? ¿Lo rechazamos, lo ignoramos, o le seguiremos? 

 

El que viene a este mundo: la gloria de Dios revelada (14-18)

Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. Juan dio testimonio de él, y clamó diciendo: Este es de quien yo decía: El que viene después de mí, es antes de mí; porque era primero que yo. Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer. 

 

El que viene a este mundo viene para darnos a conocer al Padre, para revelarnos la gloria de Dios, para que nosotros podamos conocer y disfrutar de Dios. 

Dice el Catecismo mayor de Westminster: 

  1. 1. ¿Cuál es el fin principal y más noble del hombre?
  2. El fin principal y más noble del hombre es el de glorificar a Dios y gozar de Él para siempre.

Dijo el salmista: 

 

“¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; Mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre.” (Salmo 73:25–26, RVR60)

 

Y dijo el Señor Jesús: 

 

“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.” (Juan 17:3, RVR60)

 

Jesús, el niño que nace en Belén, el que viene a este mundo, es Dios mismo haciéndose hombre para revelarnos a Dios, para que nosotros podamos conocerle, amarle y ser hijos suyos, seguidores suyos. En Cristo se nos revela a nosotros, frágiles e inconstantes criaturas, la gloria de Dios, la justicia de Dios. 

 

En Cristo, nosotros tenemos la posibilidad inimaginable de conocer al Autor y Creador de todas las cosas. El Dios Eterno, Glorioso y Sublime se hace humilde, cercano y derrama sobre nosotros un amor imposible de creer si no lo viéramos ahí en el pesebre. 

De eso se trata la navidad, esa es una preciosa razón para celebrar. 

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