Lectura: Lucas 11:33-36
La lámpara de nuestro cuerpo es nuestro ojo, es decir, ¿dónde está puesta tu mirada, tu corazón? Hay una advertencia seria en este pasaje. Mira que la luz que hay en tí sea realmente luz y no oscuridad.
¿Cómo es esto?
Recordemos el pasaje anterior, en el que Jesús reprende a la gente por pedir señales pero no querer creer que Él es el Mesías. Las señales que ya han visto son muchísimo más que suficientes para discernir quién es Jesús, y que solo alguien con identidad divina tiene el poder sobre los demonios, la naturaleza, la enfermedad y hasta sobre la muerte. Y sin embargo no creen. Creen tener luz, pero están ciegos, en la oscuridad más absoluta.
No somos nosotros mejores que aquellos, también podemos pensar que estamos en luz, y sin embargo tener el corazón lleno de oscuridad.
A veces podemos llegar a pensar que nuestros años en la iglesia, los pasajes que sabemos de memoria, los libros que hemos leído, los sermones que hemos escuchado son garantía de que andamos en luz. Pero puede que no. Todas estas cosas ayudan, bendicen, edifican, solo si están penetrando y transformando nuestros corazones.
¿Dónde está puesta nuestra mirada? ¿Qué deseos y prioridades están moldeando nuestra visión del mundo? Si dejamos que Cristo, y Su palabra sea el lente a través del cual miramos, la luz está en nosotros, y nos permite ver todo con claridad.
Si dejamos que Cristo, y Su palabra sea el lente a través del cual miramos, la luz está en nosotros, y nos permite ver todo con claridad.
Pero si nuestra vista está empeñada por el pecado, por nuestros intereses, por el orgullo que siempre quiere reinar en nuestro pensamiento, todo lo veremos a medias, caminaremos sin sabiduría.
PARA PENSAR: Cada día deja que la Palabra de Dios te examine, presentate ante tu Señor con humildad, pidiendo sabiduría, discernimiento y luz. ¡Danos Señor, una mente bíblica!