Lectura: Lucas 2:1-7
Hemos visto la mano del Señor en el anuncio y nacimiento de Juan. Hemos visto su mano escogiendo a María para ser la madre del Redentor. Y ahora vemos su mano en la historia de los hombres.
Lucas brinda datos históricos precisos. Augusto César, el hombre más poderoso de aquellos días manda a hacer un censo. Esa es una manera más de ejercer su poder y control sobre todo el territorio dominado por el Imperio Romano. Lo que él ignora es que de esa manera está haciendo cumplir lo que el Señor había anunciado: que el Mesías había de nacer en Belén.
Los hechos que narra Lucas en este caso no son asombrosos, son ordinarios.
Una familia que cumple con las leyes, una mujer embarazada, un bebé que nace, pañales, un lugar humilde para dormir.
Un contraste marcado con el despliegue del poder de Roma.
Pero detrás de todo eso ordinario, nosotros sabemos que ese niño que nace es el Rey de Reyes.
Dios se hizo hombre. Ese es el milagro del Evangelio. En lo que aparenta ser común y ordinario, Dios nos muestra su gloria.
PARA PENSAR: ¿Admiramos la maravilla de un Dios que nos muestra su gloria naciendo en circunstancias ordinarias? ¿Reconocemos la mano del Señor en nuestro andar cotidiano?